Hace poco fui testigo de la angustia de un niño pequeño en un lugar muy público. Todos lo hemos visto en algún momento, tal vez con nuestros propios hijos.
Algo andaba mal con este niño, tal vez tenía hambre o cansancio o frustración, y cuando alguien le pisó sin querer su piecito, se sentó en medio del pasillo y comenzó a gritar "¡NO!" Sus gritos hacías doler mis oídos. No había persuasión que funcionara con él. Los intentos de calmarlo sólo lograban que el niño gritara más fuerte. La madre se arrodilló y esperó, se concentró exclusivamente en su hijo, no las reacciones de los demás a su alrededor. Dejó su que su pequeño gritara hasta que se cansara, entonces cuando los sollozos fueron retardándose, tomó el control de nuevo.