Primera: Siempre que el consuelo prestado no se ajuste a la realidad, la paz mental que éste proporcione no tendrá efectos duraderos.
Segunda: Lo más difícil de quebrantar de todo es el pecado, y no hay estímulo mental o “pensamiento positivo” que pueda eliminarlo.
Tercera: La única paz que merece tal nombre es la paz con Dios y esta paz no puede ser autofabricada.
Cuarta: Esta confianza en los tranquilizantes, sean libros o píldoras, puede proceder de la falsa suposición de que el desasosiego espiritual o la lucha interior es un mal en sí mismo.
Sin embargo, frecuentemente es muchísimo mejor el afrontar la realidad, que el tratar de escapar de ella. La evasión conduce a la apatía espiritual. El analizar y dar la cara a la realidad acerca de uno mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento.
En la Biblia encontramos una expresión que dista mucho de la falta de paz. Pablo dice: “He aprendido a contentarme en cualquier circunstancia en que me encuentre. Sé pasar necesidad, y sé vivir en la abundancia; en toda situación he aprendido el secreto, tanto de estar satisfecho como de tener hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad. Todo lo puedo en Aquel que me fortalece.… tengo abundancia”.
¿Cuál es el secreto de esta tranquilidad? Es nada menos que la fe en la Palabra de Dios, que nos asegura:
una fidelidad que nunca será quitada (Sal. 89:33; 138:8),
una vida que nunca tendrá fin (Jn. 3:16),
una fuente de agua que jamás dejará de brotar dentro de aquel que la beba (Jn. 4:14),
un don que nunca será perdido (Jn. 6:37, 39),
una mano de la cual las ovejas del Buen Pastor nunca serán arrebatadas (Jn. 10:28),
una cadena que jamás se romperá (Ro. 8:29, 30),
un amor del cual nunca seremos separados (Ro. 8:39),
un llamamiento que nunca será revocado (Ro. 11:29),
un fundamento que jamás será destruido (2 Ti. 2:19),
y una herencia que nunca se corromperá (1 P. 1:4, 5).
Adaptado de Filipenses, de William Hendriksen