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Hace un siglo y medio, un humilde predicador vivió y murió en un pequeño pueblo en Leicestershire, Inglaterra. Allí trascurrió toda su vida, y jamás viajó lejos de su hogar natal. Nunca asistió a una universidad, no obtuvo títulos formales, pero sí fue un ministro fiel de su pueblo.
El ministro también tenía un hijo, un chico al cual enseño, y animó con constancia. Su carácter y talentos fueron muy impactantes por la vida de su padre. Creció, y llegó a convertirse en el orador público más potente de aquellos tiempos Robert Hall. Fue admirado en gran medida por su carácter piadoso. Su predicación era poderosa y sus sermones influyeron en las decisiones de estadistas.
En apariencia, el pastor de la pequeña aldea logró muy poco, en el transcurso de su vida como predicador. No hubo avivamientos espectaculares, grandes milagros o un crecimiento significativo en la membrecía de la iglesia. Pero su fiel testimonio y su vida de piedad, tuvieron mucho que ver con entregarle a la India a Guillermo Carey, y a Inglaterra a su Robert Hall.