El acto conyugal es una relación hermosa e íntima compartida únicamente por un esposo y una esposa en la privacía de su amor, y es sagrado. En un sentido real Dios los ha destinado para esa relación.
La prueba de que es una experiencia sagrada aparece en el primer mandamiento de Dios al hombre: “Fructificad y multiplicaos: llenad la tierra” (Gén. 1:28). Este encargo fue dado antes de la introducción del pecado en el mundo: por lo tanto, el hombre, en su estado original de inocencia.
Experimentó y gozó del amor y de la procreación. Esto implica necesariamente un hermoso impulso para unirse, sentido por el esposo y la esposa. Indudablemente Adán y Eva sintieron ese impulso en el jardín del Edén, tal como Dios lo ha ideado, y aunque carecemos de una descripción de ello, podemos llegar a la lógica conclusión de que Adán y Eva se hacían el amor anteriormente ala entrada del pecado en el jardín del Edén (ver Génesis 2:25).