El acto conyugal es una relación hermosa e íntima compartida únicamente por un esposo y una esposa en la privacía de su amor, y es sagrado. En un sentido real Dios los ha destinado para esa relación.
La prueba de que es una experiencia sagrada aparece en el primer mandamiento de Dios al hombre: “Fructificad y multiplicaos: llenad la tierra” (Gén. 1:28). Este encargo fue dado antes de la introducción del pecado en el mundo: por lo tanto, el hombre, en su estado original de inocencia.
Experimentó y gozó del amor y de la procreación. Esto implica necesariamente un hermoso impulso para unirse, sentido por el esposo y la esposa. Indudablemente Adán y Eva sintieron ese impulso en el jardín del Edén, tal como Dios lo ha ideado, y aunque carecemos de una descripción de ello, podemos llegar a la lógica conclusión de que Adán y Eva se hacían el amor anteriormente ala entrada del pecado en el jardín del Edén (ver Génesis 2:25).
Tras veintisiete años de aconsejar a cientos de parejas en el área íntima de su vida marital, estamos convencidos de que muchos albergan en sus mentes la idea errónea de asociar el acto conyugal con algo malo o sucio. Ha sido justamente la reticencia de muchos líderes cristianos, a través de los años, para hablar con franqueza sobre el tema, lo que puso en tela de juicio la belleza de esta parte necesaria de la vida conyugal; mas la distorsión humana de los planes
de Dios siempre se descubre al acudir a la Palabra de Dios, la Biblia. Para disipar esta falsa noción queremos hacer hincapié en que de los tres Miembros de la Santísima Trinidad consta en la Biblia su consentimiento a esa relación. Acabamos de citar el sello de visto bueno de Dios Padre según Génesis 1:28. Los que asisten a bodas cristianas habrán oído probablemente que el Señor Jesús eligió una fiesta de bodas para obrar su primer milagro; los ministros cristianos interpretan unánimemente este gesto divino como de aprobación. Además, en Mateo 19:5 Cristo declara categóricamente que “los dos serán una sola carne”. A los ojos de Dios la ceremonia de boda en sí no es el acto que realmente une ala pareja en santo matrimonio; la ceremonia les otorga meramente la licencia pública para retirarse a algún lugar romántico y privado para experimentar la relación de ser “una sola carne”; es este acto el que los une verdaderamente como marido y mujer. Dios el Espíritu Santo tampoco guarda silencio sobre el tema, por haber expresado su aprobación a este experimento sagrado en muchas ocasiones en las Sagradas Escrituras. En los capítulos subsiguientes consideraremos la mayoría de estos textos, pero citaremos uno aquí para indicar Su aprobación. En Hebreos 13:4 inspiró a Su autor para establecer este principio: “Honroso es en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla.” Nada puede ser tan claro como esta afirmación. Cualquiera que insinúa algo erróneo entre marido y mujer con respecto al acto conyugal, simplemente no entiende las Escrituras. El autor podría haber dicho sencillamente: “Honroso sea en todos el matrimonio”. Lo cual sería insuficiente; pero justamente, para que a nadie se le escape el verdadero sentido, lo amplió con otra frase: “Y el lecho sin mancilla”. Es sin mancilla porque no deja de ser una experiencia sagrada. Hasta hace poco, en, mi subconsciente estaba reticente a usar la palabra “coito” para describir el acto amoroso, a pesar de que sabía que era el término exacto. Esto cambió cuando descubrí que la palabra en Hebreos 13:4 en griego era koite, que significa “cohabitar mediante la implantación del espermatozoide masculino”.
1 Koite tiene su raíz en la palabra keimai, que significa “acostarse” y tiene parentesco con la palabra koimao, que a su vez significa “causar sueño”.
2 Aunque nuestra palabra “coito” proviene de la palabra latina coitio, la palabra griega koite tiene el mismo significado e indica la relación experimentada por una pareja casada en la cama al “cohabitan”. Basado en este significado, el texto de Hebreos 13:4 se traduce de esta manera: “El coito en el matrimonio es honorable en todo y es sin mancilla.” La pareja, en el coito, se apropia del privilegio posible y dado por Dios de crear nueva vida para otro ser humano, como un resultado de la expresión de su amor.