Convertiste mi lamento en danza;
me quitaste la ropa de luto
y me vestiste de fiesta,
para que te cante y te glorifique,
y no me quede callado.
¡ Señor mi Dios, siempre te daré gracias!
Salmos 30:11-12
Llega este momento del año en que comenzamos a pensar en lo que fue, lo debió ser y lo que será. Recordamos los tiempos duros y tiempos de felicidad.
Y de pronto analizamos nuestro corazón, la forma en que estamos y la manera en la cual nos gustaría estar. La realidad es que, quién no desea tener el corazón repleto de gozo?
El primer paso hacia el gozo es una súplica de ayuda, un reconocimiento de destitución moral, una admisión de insuficiencia interior. Cuando alguien prueba la presencia de Dios es porque se ha declarado en bancarrota espiritual y está consciente de su crisis espiritual. Su alacena está exhausta. Sus bolsillos están vacíos.
Sus opciones desaparecieron. Desde hace mucho tiempo dejó de reclamar justicia; ahora implora misericordia…
Le pides a Dios que haga por lo que no puedes hacer sin Él. Has visto cuán santo es Dios y cuán pecador eres, y has convenido con la declaración de Jesús: «Para el hombre es imposible».
Ah, la ironía del gozo de Dios: nace en el reseco terreno de la destitución en lugar del suelo fértil de la realización.
Es un camino diferente, un camino que no estamos acostumbrados a tomar. No reconocemos con frecuencia nuestra impotencia. Reconocer el fracaso no suele ser una entrada al gozo. La confesión completa no es comúnmente seguida del perdón total. Pero volvamos a lo mismo: Dios no se ha regido nunca por lo que es común.
Nos espera un año lleno de ESPERANZA, porque Dios sigue siendo fiel con nosotros, continúa amándonos y desea lo mejor para nuestras vidas. El cambia nuestro lamento en baile, nos llena de alegría y paz.
Has cambiado mi lamento en baile;
Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.
Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado.
Jehová Dios mío, te alabaré para siempre.
Salmos 30:11-12
Tomado del Libro Gracia Para Todo Momento - Max Lucado