Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, Él toma nuestro viejo corazón endurecido y nos da a cambio su corazón (vea Ezequiel 36:26, 27). El nuevo corazón que Dios nos da es uno que desea amar y relacionarse con las personas. Generalmente lleva tiempo, y atravesamos un proceso de cambio antes de que nuestras acciones y nuestra conducta se pongan al nivel de nuestro nuevo corazón, pero Dios nos da nuevos deseos. Nos da un corazón para obedecerle, y, por esta razón, ya no podemos sentirnos cómodos con el pecado. Todavía pecamos, pero ya no queremos hacerlo. Nuestra conciencia se molesta cuando vamos contra Dios y su Palabra. Nuestro nuevo corazón lucha contra la carne; los dos están continuamente oponiéndose el uno al otro. Pero gracias a Dios, poco a poco le vamos sometiendo las áreas de nuestra vida, y, a medida que lo hacemos, nuestra conducta cambia para ponerse de acuerdo con nuestro nuevo corazón.
Dios nos da su Espíritu, y solamente porque su Espíritu está dentro de nosotros podemos obedecer a Dios y su Palabra. El Espíritu Santo que mora en nosotros nos fortalece y nos capacita para hacer la voluntad de Dios. Debemos aprender a depender de Él y no ser independientes, tratando de hacer las cosas en nuestras propias fuerzas.
Gálatas 3:3 nos enseña una maravillosa lección. Pregunta: “Después de haber comenzado por el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?”. En otras palabras, ¿por qué creemos que podemos perfeccionarnos por nuestro propio esfuerzo? Debemos aprender a “dejar ir las cosas, y dejar que Dios sea Dios”, y ése es uno de los mayores desafíos que enfrentamos. Jesús dijo que separados de Él no podemos hacer absolutamente nada (vea Juan 15:5). Nuestra tarea es creer, y la de Dios es ejecutar. Si fuéramos llamados a ejecutar seríamos llamados ejecutores, no creyentes. Dios dijo: “Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes” (Ezequiel 36:27). Aprenda a depender más del Espíritu Santo que está en su interior, y menos de usted mismo. Si lo hace, le encantarán los resultados. Su paz y su gozo se incrementarán grandemente, y su progreso será evidente para usted y para todos los que lo rodean.
Tomado de La Biblia de la vida diaria, de Joyce Meyer.