"Y a aquel que es capaz de hacer muchísimo más que todo lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros ..." Efesios 3:20 (NVI)
Veintidos mil mujeres se sentaban en el borde de sus asientos, cuando la conferencista de pie en el centro del escenario preguntó: "¿Quieres tener un insaciable amor por Jesús?" Sus palabras quedaron flotando en el aire. Entonces ella respondió: "Orar. Si quieres un amor insaciable de Jesús, tienes que orar."
Luchando por encontrar mi pluma y luchando para deletrear la palabra insaciable, escribí estas palabras simples pero poderosas en mi cuaderno de notas de la conferencia. Las palabras picaron mi corazón. A medida que salían de sus labios, sabía que esto era un amor por Jesús que no tenía.
Lo que tenía era: ser miembro de una iglesia, un montón de servicio para la iglesia, y alguna clase de amor. Pero desde que Jesús era mi Salvador, algo faltaba.
Me di cuenta de que había pedido a Jesús que sea mi Salvador, pero no le permití ser mi Señor. Lo amaba por lo que hizo, pero no por ser quien era. A los 34 años, tenía ganas de clamar esta oración. Pero me preguntaba, "¿Qué pensará Dios de mí?"