David no estaba preparado para el momento de decisión que le sobrevino. Fue cuando su mente estaba intranquila y se sentía solo y ansioso que la tentación y el pecado entraron cautelosamente.
No tome nunca decisiones importantes cuando sienta mucha hambre, o esté muy enojado, solo o cansado. Antes bien, sea honesto en esos momentos, reconociendo que no está preparado para hacer buenas decisiones. Postergue la decisión hasta que pueda abordarla con oración, paciencia y sabiduría espiritual.
A pesar de la naturaleza universal de la tentación, muchas personas confunden la tentación con el pecado. Pero no son la misma cosa. Si queremos tener la victoria en la vida cristiana, debemos aprender a distinguir una del otro.
Hay que entender que la tentación a pecar no significa que luego hay que pecar. En vez de eso, la tentación implica un proceso en el que nuestro corazón, mente y cuerpo se preparan para el acto del pecado. Pero la interrupción de este proceso puede parar la tentación.
Este proceso comienza con algo tan sencillo como una mirada. ¿No fue así como comenzó todo con David en 2 Samuel 11:1-5? Una vez que la tentación entró a su pensamiento por medio de los ojos, David alimentó su deseo.
Una vez que la imagen está en nuestra mente, hacemos una elección. ¿Seguiré con este deseo o no? Cuando estos deseos turban nuestra mente, comenzamos a fantasear y a desarrollar un gran deseo por el objeto.
Después de eso vienen la decisión y la búsqueda, por medio de las cuales hacemos lo que sea necesario para lograr el objetivo. Finalmente, este proceso culmina con el pecado en sí.
El pecado no se produce de inmediato; es el resultado de un proceso. Esto significa que usted tiene la capacidad de detener ese proceso en cualquier momento. Pídale al Señor la presencia de ánimo para percibir estos pasos cuando se produzcan, y así pueda ponerle fin al avance del deseo pecaminoso antes que sea demasiado tarde.
Charles Stanley