En la década de los 90, la edad de inicio de la anorexia se presentaba a partir de los 16 años, hoy puede aparecer desde los 10 y el número de casos sigue aumentando, incluso en nuestras iglesias. Es por eso que nosotras debemos aprender a detectarla y estar preparadas para saber qué hacer en estos casos.
«Crecí como cualquier niña en una familia normal. No sé bien cómo ni cuándo comenzó todo. Recuerdo algunos comentarios inocentes en mi niñez, como el de mis tías que siempre me decían que era obesa. Mis amigas decían que tenía las piernas gorditas. Incluso una empleada vecina me comentó una vez "¡no sigas engordando porque te van a matar en Navidad!" (aún me estremezco cuando recuerdo esto). Yo sinceramente lo creí y decidí nunca jamás ser gorda.
»En mi opinión, todas esas cosas ayudaron. Pero lo peor ocurrió durante la adolescencia. Ni yo misma sé que fue, pero empezó cerca de los 11 años y poco a poco se fue desarrollando en mí un trastorno grave que me ató muchos años.
»Emprendí una dieta tras otra, pero las dejé botadas. Por épocas comía más, por épocas menos. Lo único constante fue la insatisfacción que sentía con mi cuerpo, que pronto se convirtió en odio. Hacía dietas, ejercicios y tomaba té y pastillas para adelgazar.
»Me veía al espejo totalmente gorda. Pensaba más y más en las calorías de cada cosa que había comido en ese día y en los anteriores. Pensaba en todo el peso que había aumentado con esto o aquello. Llegué a detestar la comida. Me parecía un enemigo al que no podía vencer.
»Sentía que todo me quedaba horrible. Me compraba ropa muy holgada y oscura. Jamás algo que mostrara mi cuerpo.
Todo lo escondía. Me pesaba constantemente. Veía mi abdomen unas veinte veces diarias. Me comparaba con todas las mujeres y tomaba medidas de mi cuerpo muy a menudo. Me agredía diciéndome que estaba gordísima y que era una descuidada. Según yo, de esa forma reaccionaría y me daría coraje para adelgazar.
»No iba a las actividades y fiestas, para no tener que enfrentarme con la comida que ahí ofrecían. A veces no salía de la casa para que nadie viera lo gorda que estaba. Me aparté de todo el mundo, pues estaba convencida de que todos se fijaban en mis kilos de más (los cuales nunca fueron reales, ahora sé que siempre estuve en el peso ideal o cerca de él).
»Conforme avanzaba en edad, el asunto empeoró. A los 20 años empecé a vomitar después de haber comido y a usar laxantes. Llegué a pesar 46 kilos y seguía sintiéndome gorda cuando me veía en el espejo. Algunos días comía poquísimo y vivía casi del aire.
«Crecí como cualquier niña en una familia normal. No sé bien cómo ni cuándo comenzó todo. Recuerdo algunos comentarios inocentes en mi niñez, como el de mis tías que siempre me decían que era obesa. Mis amigas decían que tenía las piernas gorditas. Incluso una empleada vecina me comentó una vez "¡no sigas engordando porque te van a matar en Navidad!" (aún me estremezco cuando recuerdo esto). Yo sinceramente lo creí y decidí nunca jamás ser gorda.
»En mi opinión, todas esas cosas ayudaron. Pero lo peor ocurrió durante la adolescencia. Ni yo misma sé que fue, pero empezó cerca de los 11 años y poco a poco se fue desarrollando en mí un trastorno grave que me ató muchos años.
»Emprendí una dieta tras otra, pero las dejé botadas. Por épocas comía más, por épocas menos. Lo único constante fue la insatisfacción que sentía con mi cuerpo, que pronto se convirtió en odio. Hacía dietas, ejercicios y tomaba té y pastillas para adelgazar.
»Me veía al espejo totalmente gorda. Pensaba más y más en las calorías de cada cosa que había comido en ese día y en los anteriores. Pensaba en todo el peso que había aumentado con esto o aquello. Llegué a detestar la comida. Me parecía un enemigo al que no podía vencer.
»Sentía que todo me quedaba horrible. Me compraba ropa muy holgada y oscura. Jamás algo que mostrara mi cuerpo.
Todo lo escondía. Me pesaba constantemente. Veía mi abdomen unas veinte veces diarias. Me comparaba con todas las mujeres y tomaba medidas de mi cuerpo muy a menudo. Me agredía diciéndome que estaba gordísima y que era una descuidada. Según yo, de esa forma reaccionaría y me daría coraje para adelgazar.
»No iba a las actividades y fiestas, para no tener que enfrentarme con la comida que ahí ofrecían. A veces no salía de la casa para que nadie viera lo gorda que estaba. Me aparté de todo el mundo, pues estaba convencida de que todos se fijaban en mis kilos de más (los cuales nunca fueron reales, ahora sé que siempre estuve en el peso ideal o cerca de él).
»Conforme avanzaba en edad, el asunto empeoró. A los 20 años empecé a vomitar después de haber comido y a usar laxantes. Llegué a pesar 46 kilos y seguía sintiéndome gorda cuando me veía en el espejo. Algunos días comía poquísimo y vivía casi del aire.