«Crecí como cualquier niña en una familia normal. No sé bien cómo ni cuándo comenzó todo. Recuerdo algunos comentarios inocentes en mi niñez, como el de mis tías que siempre me decían que era obesa. Mis amigas decían que tenía las piernas gorditas. Incluso una empleada vecina me comentó una vez "¡no sigas engordando porque te van a matar en Navidad!" (aún me estremezco cuando recuerdo esto). Yo sinceramente lo creí y decidí nunca jamás ser gorda.
»En mi opinión, todas esas cosas ayudaron. Pero lo peor ocurrió durante la adolescencia. Ni yo misma sé que fue, pero empezó cerca de los 11 años y poco a poco se fue desarrollando en mí un trastorno grave que me ató muchos años.
»Emprendí una dieta tras otra, pero las dejé botadas. Por épocas comía más, por épocas menos. Lo único constante fue la insatisfacción que sentía con mi cuerpo, que pronto se convirtió en odio. Hacía dietas, ejercicios y tomaba té y pastillas para adelgazar.
»Me veía al espejo totalmente gorda. Pensaba más y más en las calorías de cada cosa que había comido en ese día y en los anteriores. Pensaba en todo el peso que había aumentado con esto o aquello. Llegué a detestar la comida. Me parecía un enemigo al que no podía vencer.
»Sentía que todo me quedaba horrible. Me compraba ropa muy holgada y oscura. Jamás algo que mostrara mi cuerpo.
Todo lo escondía. Me pesaba constantemente. Veía mi abdomen unas veinte veces diarias. Me comparaba con todas las mujeres y tomaba medidas de mi cuerpo muy a menudo. Me agredía diciéndome que estaba gordísima y que era una descuidada. Según yo, de esa forma reaccionaría y me daría coraje para adelgazar.
»No iba a las actividades y fiestas, para no tener que enfrentarme con la comida que ahí ofrecían. A veces no salía de la casa para que nadie viera lo gorda que estaba. Me aparté de todo el mundo, pues estaba convencida de que todos se fijaban en mis kilos de más (los cuales nunca fueron reales, ahora sé que siempre estuve en el peso ideal o cerca de él).
»Conforme avanzaba en edad, el asunto empeoró. A los 20 años empecé a vomitar después de haber comido y a usar laxantes. Llegué a pesar 46 kilos y seguía sintiéndome gorda cuando me veía en el espejo. Algunos días comía poquísimo y vivía casi del aire.
»Sentía que no valía nada si no pesaba lo que, según yo, debía ser mi peso ideal. Cuando subía a la balanza, si me acercaba a mi meta, entonces decidía modificarla, porque aún no me veía bien. De tal forma que nunca llegaba a estar contenta, nunca me sentía feliz. Imagínense que su valor dependa de un peso ideal al que nunca se llegaría. Era algo desgastante, que me afectaba las dieciséis horas del día que pasaba despierta. Fue un sufrimiento en silencio, en soledad, que duró doce años de mi vida ».
El caso de esta mujer, ahora de 35 años, es real y le ocurre a cientos de mujeres con trastornos alimenticios, como la anorexia nerviosa y la bulimia. Ambos desórdenes afectan la mente de una manera muy real y no son una inquietud estética de niñas sin nada qué hacer. NO ES UN JUEGO DE NIÑAS, ES ALGO QUE MATA. Lo más preocupante es que el número de sus víctimas sigue aumentando a un ritmo muy acelerado y más y más jóvenes de nuestras iglesias están cayendo en este problema. Y aunque la mayoría de los casos son mujeres adolescentes, los hombres, mujeres adultas e incluso niñas de 10 años, se han sumado a las víctimas de esta enfermedad.
Estos trastornos parecieran relacionarse solo con lo físico, pero en realidad se trata de padecimientos psicológicos graves, los cuales generalmente explotan en la adolescencia, pero que se generan durante la niñez. Las causas pueden ser variadas, no obstante el patrón común en casi todos los casos es el de pequeñas con una relación madre e hija muy difícil. La mayoría de las veces las madres de estas niñas son aprehensivas, muy controladoras y censuran mucho a sus hijos.
Otro factor importante tiene que ver con los actuales patrones de belleza, según los cuales, el ser delgado es crucial. La presión social es cada vez más fuerte y en respuesta a esta exigencia, miles de adolescentes deciden declararle la guerra a la comida y se obsesionan por perder peso.
Ante todo esto, debemos preguntarnos: ¿logramos detectar los síntomas de una persona con este tipo de afecciones?, ¿sabemos realmente de qué se trata la anorexia nerviosa y la bulimia? Y más importante aún ¿tenemos el conocimiento para ayudar cuando se nos presenta alguno de estos casos?
Ayudando en la lucha
El primer paso es asegurarse de que realmente existe un desorden alimenticio. «Primero hay que saber algo de la enfermedad para poder indagar. Para hablar con la persona es necesario tener mucho tacto y yo pienso que solo alguien de muchísima confianza podría ayudar, no toda la gente. No un pastor porque sea pastor, o una amiga lejana . Es como a alguien lo más íntimo que te está pasando, es similar a compartir que tu esposo te agrede. Es tan grave y tan personal como eso» afirma Paula, la protagonista de nuestro testimonio.
Debemos recordar también que probablemente la persona no tenga conciencia de la enfermedad, niegue todo y adopte una actitud hostil ante cualquier persona que le diga algo que «lo único que pretende es hacerla engordar».
«Uno cree que no se puede salir de la enfermedad. De hecho se piensa que es algo normal de tu personalidad. "¿Para qué voy a cambiar si así soy yo?", se miente uno. Pero además, no nos gusta escuchar "sermones" de los demás. ¡Eso jamás! En ese momento uno solo piensa: "¿por qué se meten con mi peso? Lo que quieren es que sea una gorda". No hay que encararla, hay que orar mucho antes y que alguien muy, muy cercano la lleve de forma amorosa a reconocer la enfermedad», agrega Paula.
Un grave problema en el que podemos caer es sobre-espiritualizar el asunto. El poder de la oración es fundamental, pero no basta con eso:
«Me leyeron versículos, pero no me entraban en la cabeza. Con un "bibliazo" te sientes peor, más pecadora, aumenta tu depresión, porque incluso lo estás haciendo mal ante tu Señor. Entonces te refugias más en la comida y el asunto empeora. No se debe olvidar que la persona está enferma y no solamente está tomando una mala decisión » reafirma Paula.
Cuando una persona se da cuenta de que está enferma, es porque ya posee una bulimia o una anorexia muy avanzada. No estamos hablando de un par de meses, sino de varios años, tiempo en que el daño emocional y físico se ha vuelto severo.
«Debemos estar conscientes de que esto es una enfermedad. Hay muchos padres que le dicen a sus hijas "¡usted debe controlarse, es cuestión de dominio propio nada más, ore más!" Pero esto es un padecimiento y como tal, debe recibir tratamiento urgente» comenta Kathia Morales, psicóloga del Ministerio Enfoque a la Familia.
Entonces ¿qué pueden hacer los líderes y pastores? Según esta psicóloga cristiana, lo mejor es aconsejar a la joven a buscar ayuda profesional. También se debe ayudar a los papás para que acepten la enfermedad y que ellos también busquen ayuda profesional. La terapia debe seguirla no solo la persona enferma, sino también su núcleo familiar, pues «en general, las familias comienzan a sentirse muy culpables y puede haber serios conflictos. Por eso el apoyo es fundamental» comenta la profesional.
Otros consejos sobre esto es no insistirle a la persona para que coma diciéndole que está muy delgada, porque probablemente descubrirá que resulta más fácil aparentar cuánto come delante suyo para no ser molestada, pero luego se las ingeniará para desprenderse de la comida mediante vómitos o algún laxante. Se deben evitar comentarios del tipo «¡que delgada te ves!», o «¡ya te estás viendo más gordita!». Evitar invitarlas a comer y ofrecerles comida. «No se trata de ignorar el tema, pero tampoco hablar cada diez minutos de él» agrega Kathia.
No debemos olvidar que este es un problema multifactorial el cual debe ser abordado por todo un equipo de trabajo. El tratamiento resulta largo y complejo. Comprende psicoterapia individual y familiar, manejo nutricional, evaluaciones médicas y en casos graves hospitalización.
« En medio de todo esto, oí hablar de una relación personal con Jesús. Cuando ya tenía ocho años de estar enferma, tuve mi conversión. Entonces el Señor empezó a trabajar conmigo.
»De pronto sospeché que algo andaba mal con esta área. Un día entero no me levanté de la cama, llorando por lo desdichada que era el ser tan gorda. Fue ahí cuando me asusté mucho, pero ¿cómo contarle a alguien que yo, toda una cristiana, tenía algo así? Yo me decía que no era posible que alguien que amara a su Señor sobre todas las cosas tuviera otro dios en su propio cuerpo. Sufrí muchísimo con esta lucha. Me sentía muy sola con mi problema, no conocía a nadie con algo similar.
»Hubo un proceso duro hasta que acepté someterlo a Cristo, para que fuera él quien me sacara. Lo puse en oración; aun sin querer curarme le expuse todo y le pedí a Dios su guía. Yo no quería reconocer que eso no era normal, pero decidí darme la oportunidad de que Dios me demostrara su ayuda.
»No sé bien por qué le conté del problema a una hermana y amiga, quien me mandó al médico muy enérgicamente. Por alguna razón le dije que lo haría.
»Pero Dios también utilizó otro frente de lucha conmigo. Yo estaba de novia con quien ahora es mi esposo. Me costó muchísimo, pero tuve que contarle lo que me pasaba. Él se asustó y me pidió que buscara ayuda. No obstante, me dijo que aunque nunca cambiara, de todas maneras se casaría conmigo. Eso me conmovió tanto que decidí salir de eso también por él.
Ya casada decidí ir al psicólogo. Luego de un calvario que duró un poco más de un año, logré sanarme de lo peor. El Señor intervino de tal forma que un tratamiento de unos cuatro años, logró reducirlo a solo uno.
»Él restauró mi amor propio, me ayudó a perdonarme y perdonar a quienes me habían herido y me hizo entender que me amaba tal cual era.
»El esfuerzo fue grande. Tuve que perseverar mucho con el tratamiento y también para abrirme a la acción de Dios. Tuve grandes caídas, como cuando nació mi primer hijo, pero siempre pude levantarme. Lo logramos mi Señor, mi esposo, el psicólogo y yo.
»El trabajo de Dios aún no termina. Cada día yo debo manejar esta situación. Debo enfrentar tres o cuatro comidas diarias y hacerlas como una persona normal. Esta enfermedad es como el alcoholismo: una vez que se padece, la persona no se puede descuidar, porque corre el peligro de volver a caer. Por esto, todo el tiempo debo vigilar mi peso. No puedo comer en exceso, porque me siento muy mal conmigo misma; tampoco puedo comer muy poco pues empieza la tentación de adelgazar. Tuve que aprender a comer y a conocer mi cuerpo. Antes era incontrolable, pero ahora es parte de mi rutina diaria y es Dios quien me fortalece.».
La anorexia nerviosa es un trastorno grave de la conducta alimentaria en el cual, la persona presenta un peso inferior al adecuado para su edad, género y altura. Quienes la padecen sienten un gran miedo a la obesidad y siempre temen subir de peso, y aunque estén muy delgadas, frente al espejo se ven gordas y por eso se empeñan en seguir bajando kilos. El peso se pierde por ayunos prolongados o reducción extrema de la comida. Casi 50% de las personas que lo padecen también usan el vómito autoinducido, el abuso de laxantes y el ejercicio físico en grandes cantidades.
En el caso de la bulimia, las personas que la sufren presentan frecuentes episodios de atracones de comida, es decir, en un periodo corto ingieren abultadas cantidades de alimento. Posteriormente, a modo de compensar esta conducta y evitar aumentar de peso, se autoinducen el vómito o utilizan laxantes y diuréticos. La mayoría de ellas presenta un peso normal, aunque también las hay obesas. Al no presentar una pérdida de peso tan evidente, es más difícil de reconocer que la anorexia y suele pasar inadvertida por mucho más tiempo.
¿Cómo podemos reconocer a una persona con un trastorno alimenticio?
Es introvertida e insegura. Tiene un miedo intenso a engordar, a pesar de estar muy delgada. Su autoestima está altamente basada en su imagen corporal. Muestra constante preocupación acerca de la comida. Sostiene un discurso monotemático; las conversaciones giran alrededor de ciertos temas recurrentes: las calorías, el peso o las dietas. Ejecuta ejercicios físicos desmesurados. Realiza dietas severas. Evita las reuniones donde pueda verse obligada a comer, para la cual recurre a todo tipo de excusas. Corta la comida en trozos muy pequeños, controla todo el tiempo la cantidad de calorías de cada producto y bebe mucha agua fuera de las horas de comida. Visita el baño después de comer: generalmente se autoprovoca el vómito y, si es descubierta, finge estar «descompuesta» o haber tenido un acceso de tos. La anorexia puede producir alteraciones hormonales, amenorrea (falta de menstruación), alteraciones del sueño, estreñimiento, debilitamiento de los huesos, fallas cardiacas y hasta la muerte por desnutrición.
La bulimia por su parte, puede causar efectos muy severos, como la inflamación y ruptura del esófago, gastritis, úlceras, anemia, estreñimiento o diarrea, fatiga, dolor de cabeza, menstruaciones irregulares, hipotensión; además, los dientes pierden su esmalte y aparecen caries.
Como líder en una iglesia, ¿cuáles pasos debo seguir si noto un posible caso de trastorno alimenticio?
Se debe aclarar que en este tipo de desórdenes no hay una receta por seguir. Cada caso es específico y como tal, debe ser tratado en forma única. Sin embargo, debe estar atenta a las siguientes consideraciones:
Un primer paso es la observación de la persona. Debe ponerse especial atención en el tipo de carácter del individuo, porque de eso depende en gran medida la forma de acercarnos a él.
Se debe sondear también el entorno de la afectada. Hay que ser cuidadoso a la hora de informar a la familia, porque pueden reaccionar de mala manera y producir un daño mayor en la persona.
Dependiendo del grado de cercanía que usted tenga con la joven, en algunos casos deberá hablar directamente con ella. En caso contrario, busque a alguien en quien ella confíe.
Es fundamental investigar sobre el tema para tener una idea más acabada de lo que se enfrenta.
Lo primordial es orientar a la afectada para que busque ayuda con un profesional. En caso de no existir los recursos, condúzcala hacia algún líder o pastor con conocimiento y dominio del tema y que incluso, tenga conocimientos de psicología. No olvide que esta es una patología mental y como no tenemos todas las respuestas, debemos buscar la ayuda de otras personas más capacitadas que puedan tener un manejo más adecuado de la situación.
El mejor apoyo que podemos entregar a la joven es siendo su amiga. Debemos comprenderla, acompañarla y darle nuestro apoyo en oración.
No olvide que la familia también puede ser afectada y que también requiere consejería para aprender a enfrentar la situación.
Estos trastornos parecieran relacionarse solo con lo físico, pero en realidad se trata de padecimientos psicológicos graves, los cuales generalmente explotan en la adolescencia, pero que se generan durante la niñez. Las causas pueden ser variadas, no obstante el patrón común en casi todos los casos es el de pequeñas con una relación madre e hija muy difícil. La mayoría de las veces las madres de estas niñas son aprehensivas, muy controladoras y censuran mucho a sus hijos.
Otro factor importante tiene que ver con los actuales patrones de belleza, según los cuales, el ser delgado es crucial. La presión social es cada vez más fuerte y en respuesta a esta exigencia, miles de adolescentes deciden declararle la guerra a la comida y se obsesionan por perder peso.
Ante todo esto, debemos preguntarnos: ¿logramos detectar los síntomas de una persona con este tipo de afecciones?, ¿sabemos realmente de qué se trata la anorexia nerviosa y la bulimia? Y más importante aún ¿tenemos el conocimiento para ayudar cuando se nos presenta alguno de estos casos?
Ayudando en la lucha
El primer paso es asegurarse de que realmente existe un desorden alimenticio. «Primero hay que saber algo de la enfermedad para poder indagar. Para hablar con la persona es necesario tener mucho tacto y yo pienso que solo alguien de muchísima confianza podría ayudar, no toda la gente. No un pastor porque sea pastor, o una amiga lejana . Es como a alguien lo más íntimo que te está pasando, es similar a compartir que tu esposo te agrede. Es tan grave y tan personal como eso» afirma Paula, la protagonista de nuestro testimonio.
Debemos recordar también que probablemente la persona no tenga conciencia de la enfermedad, niegue todo y adopte una actitud hostil ante cualquier persona que le diga algo que «lo único que pretende es hacerla engordar».
«Uno cree que no se puede salir de la enfermedad. De hecho se piensa que es algo normal de tu personalidad. "¿Para qué voy a cambiar si así soy yo?", se miente uno. Pero además, no nos gusta escuchar "sermones" de los demás. ¡Eso jamás! En ese momento uno solo piensa: "¿por qué se meten con mi peso? Lo que quieren es que sea una gorda". No hay que encararla, hay que orar mucho antes y que alguien muy, muy cercano la lleve de forma amorosa a reconocer la enfermedad», agrega Paula.
Un grave problema en el que podemos caer es sobre-espiritualizar el asunto. El poder de la oración es fundamental, pero no basta con eso:
«Me leyeron versículos, pero no me entraban en la cabeza. Con un "bibliazo" te sientes peor, más pecadora, aumenta tu depresión, porque incluso lo estás haciendo mal ante tu Señor. Entonces te refugias más en la comida y el asunto empeora. No se debe olvidar que la persona está enferma y no solamente está tomando una mala decisión » reafirma Paula.
Cuando una persona se da cuenta de que está enferma, es porque ya posee una bulimia o una anorexia muy avanzada. No estamos hablando de un par de meses, sino de varios años, tiempo en que el daño emocional y físico se ha vuelto severo.
«Debemos estar conscientes de que esto es una enfermedad. Hay muchos padres que le dicen a sus hijas "¡usted debe controlarse, es cuestión de dominio propio nada más, ore más!" Pero esto es un padecimiento y como tal, debe recibir tratamiento urgente» comenta Kathia Morales, psicóloga del Ministerio Enfoque a la Familia.
Entonces ¿qué pueden hacer los líderes y pastores? Según esta psicóloga cristiana, lo mejor es aconsejar a la joven a buscar ayuda profesional. También se debe ayudar a los papás para que acepten la enfermedad y que ellos también busquen ayuda profesional. La terapia debe seguirla no solo la persona enferma, sino también su núcleo familiar, pues «en general, las familias comienzan a sentirse muy culpables y puede haber serios conflictos. Por eso el apoyo es fundamental» comenta la profesional.
Otros consejos sobre esto es no insistirle a la persona para que coma diciéndole que está muy delgada, porque probablemente descubrirá que resulta más fácil aparentar cuánto come delante suyo para no ser molestada, pero luego se las ingeniará para desprenderse de la comida mediante vómitos o algún laxante. Se deben evitar comentarios del tipo «¡que delgada te ves!», o «¡ya te estás viendo más gordita!». Evitar invitarlas a comer y ofrecerles comida. «No se trata de ignorar el tema, pero tampoco hablar cada diez minutos de él» agrega Kathia.
No debemos olvidar que este es un problema multifactorial el cual debe ser abordado por todo un equipo de trabajo. El tratamiento resulta largo y complejo. Comprende psicoterapia individual y familiar, manejo nutricional, evaluaciones médicas y en casos graves hospitalización.
« En medio de todo esto, oí hablar de una relación personal con Jesús. Cuando ya tenía ocho años de estar enferma, tuve mi conversión. Entonces el Señor empezó a trabajar conmigo.
»De pronto sospeché que algo andaba mal con esta área. Un día entero no me levanté de la cama, llorando por lo desdichada que era el ser tan gorda. Fue ahí cuando me asusté mucho, pero ¿cómo contarle a alguien que yo, toda una cristiana, tenía algo así? Yo me decía que no era posible que alguien que amara a su Señor sobre todas las cosas tuviera otro dios en su propio cuerpo. Sufrí muchísimo con esta lucha. Me sentía muy sola con mi problema, no conocía a nadie con algo similar.
»Hubo un proceso duro hasta que acepté someterlo a Cristo, para que fuera él quien me sacara. Lo puse en oración; aun sin querer curarme le expuse todo y le pedí a Dios su guía. Yo no quería reconocer que eso no era normal, pero decidí darme la oportunidad de que Dios me demostrara su ayuda.
»No sé bien por qué le conté del problema a una hermana y amiga, quien me mandó al médico muy enérgicamente. Por alguna razón le dije que lo haría.
»Pero Dios también utilizó otro frente de lucha conmigo. Yo estaba de novia con quien ahora es mi esposo. Me costó muchísimo, pero tuve que contarle lo que me pasaba. Él se asustó y me pidió que buscara ayuda. No obstante, me dijo que aunque nunca cambiara, de todas maneras se casaría conmigo. Eso me conmovió tanto que decidí salir de eso también por él.
Ya casada decidí ir al psicólogo. Luego de un calvario que duró un poco más de un año, logré sanarme de lo peor. El Señor intervino de tal forma que un tratamiento de unos cuatro años, logró reducirlo a solo uno.
»Él restauró mi amor propio, me ayudó a perdonarme y perdonar a quienes me habían herido y me hizo entender que me amaba tal cual era.
»El esfuerzo fue grande. Tuve que perseverar mucho con el tratamiento y también para abrirme a la acción de Dios. Tuve grandes caídas, como cuando nació mi primer hijo, pero siempre pude levantarme. Lo logramos mi Señor, mi esposo, el psicólogo y yo.
»El trabajo de Dios aún no termina. Cada día yo debo manejar esta situación. Debo enfrentar tres o cuatro comidas diarias y hacerlas como una persona normal. Esta enfermedad es como el alcoholismo: una vez que se padece, la persona no se puede descuidar, porque corre el peligro de volver a caer. Por esto, todo el tiempo debo vigilar mi peso. No puedo comer en exceso, porque me siento muy mal conmigo misma; tampoco puedo comer muy poco pues empieza la tentación de adelgazar. Tuve que aprender a comer y a conocer mi cuerpo. Antes era incontrolable, pero ahora es parte de mi rutina diaria y es Dios quien me fortalece.».
La anorexia nerviosa es un trastorno grave de la conducta alimentaria en el cual, la persona presenta un peso inferior al adecuado para su edad, género y altura. Quienes la padecen sienten un gran miedo a la obesidad y siempre temen subir de peso, y aunque estén muy delgadas, frente al espejo se ven gordas y por eso se empeñan en seguir bajando kilos. El peso se pierde por ayunos prolongados o reducción extrema de la comida. Casi 50% de las personas que lo padecen también usan el vómito autoinducido, el abuso de laxantes y el ejercicio físico en grandes cantidades.
En el caso de la bulimia, las personas que la sufren presentan frecuentes episodios de atracones de comida, es decir, en un periodo corto ingieren abultadas cantidades de alimento. Posteriormente, a modo de compensar esta conducta y evitar aumentar de peso, se autoinducen el vómito o utilizan laxantes y diuréticos. La mayoría de ellas presenta un peso normal, aunque también las hay obesas. Al no presentar una pérdida de peso tan evidente, es más difícil de reconocer que la anorexia y suele pasar inadvertida por mucho más tiempo.
¿Cómo podemos reconocer a una persona con un trastorno alimenticio?
Es introvertida e insegura. Tiene un miedo intenso a engordar, a pesar de estar muy delgada. Su autoestima está altamente basada en su imagen corporal. Muestra constante preocupación acerca de la comida. Sostiene un discurso monotemático; las conversaciones giran alrededor de ciertos temas recurrentes: las calorías, el peso o las dietas. Ejecuta ejercicios físicos desmesurados. Realiza dietas severas. Evita las reuniones donde pueda verse obligada a comer, para la cual recurre a todo tipo de excusas. Corta la comida en trozos muy pequeños, controla todo el tiempo la cantidad de calorías de cada producto y bebe mucha agua fuera de las horas de comida. Visita el baño después de comer: generalmente se autoprovoca el vómito y, si es descubierta, finge estar «descompuesta» o haber tenido un acceso de tos. La anorexia puede producir alteraciones hormonales, amenorrea (falta de menstruación), alteraciones del sueño, estreñimiento, debilitamiento de los huesos, fallas cardiacas y hasta la muerte por desnutrición.
La bulimia por su parte, puede causar efectos muy severos, como la inflamación y ruptura del esófago, gastritis, úlceras, anemia, estreñimiento o diarrea, fatiga, dolor de cabeza, menstruaciones irregulares, hipotensión; además, los dientes pierden su esmalte y aparecen caries.
Como líder en una iglesia, ¿cuáles pasos debo seguir si noto un posible caso de trastorno alimenticio?
Se debe aclarar que en este tipo de desórdenes no hay una receta por seguir. Cada caso es específico y como tal, debe ser tratado en forma única. Sin embargo, debe estar atenta a las siguientes consideraciones:
Un primer paso es la observación de la persona. Debe ponerse especial atención en el tipo de carácter del individuo, porque de eso depende en gran medida la forma de acercarnos a él.
Se debe sondear también el entorno de la afectada. Hay que ser cuidadoso a la hora de informar a la familia, porque pueden reaccionar de mala manera y producir un daño mayor en la persona.
Dependiendo del grado de cercanía que usted tenga con la joven, en algunos casos deberá hablar directamente con ella. En caso contrario, busque a alguien en quien ella confíe.
Es fundamental investigar sobre el tema para tener una idea más acabada de lo que se enfrenta.
Lo primordial es orientar a la afectada para que busque ayuda con un profesional. En caso de no existir los recursos, condúzcala hacia algún líder o pastor con conocimiento y dominio del tema y que incluso, tenga conocimientos de psicología. No olvide que esta es una patología mental y como no tenemos todas las respuestas, debemos buscar la ayuda de otras personas más capacitadas que puedan tener un manejo más adecuado de la situación.
El mejor apoyo que podemos entregar a la joven es siendo su amiga. Debemos comprenderla, acompañarla y darle nuestro apoyo en oración.
No olvide que la familia también puede ser afectada y que también requiere consejería para aprender a enfrentar la situación.
© Apuntes Mujer Líder, edición abril-junio 2003, Volumen I Número 1
La autora es chilena y es estudiante de periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile