Dios me amó. Dios me llamó. El no se fijó en mi imperfección, simplemente me llamó. No miró los errores que cometí. No contó las caídas que tuve. El me amó, tuvo misericordia de mi, me miró con amor y me llamó, de pura gracia.
Y casi sin entenderlo, lo dejé entrar en mi corazón. Le dije que sí a su pedido de entrar a mi vida, y El lo hizo. Entró a mi corazón para quedarse allí a vivir.
Cada día tiene algo nuevo para mi, y su gentileza me asombra... ¡nunca había sido tratada tan bien! Ha hecho crecer en mi la confianza, y sé que tiene planes para mi vida, que son maravillosos, y que seguramente me ayudará a cumplir.
Día tras día agrega perlas a mi vestuario, dándome una nueva visión de la vida. Ya no me siento sola, ni triste, sino que la alegría que siento es tan grande que no puedo dejar de contárselo a otros. A veces me equivoco, pero El me sigue amando. A veces me frustro, pero El me alienta a avanzar. Me capacita en todo, me abre puertas, me renueva y me contiene.
¿Lo notaste? Sí, estoy profundamente enamorada de mi Jesús. El es mi Amado que continuamente me demuestra su amor y cuidado.
Que cada día pueda rendirme a tus pies y otorgarte el primer lugar en todo, mi Señor, a quien sirvo con alegría.
Dios eligió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte.
1 Corintios 1:27