En cierto sentido, esas palabras también son como armas. Pero no dañan a las personas. Se usan para combatir el mal, para abrirse camino entre el temor y la duda, el engaño, el desaliento y la desesperación. Usamos esas armas para repeler al enemigo y contrarrestar el daño que haría a las personas que amamos. Las siguientes son algunas de las mejores armas que tenemos a nuestra disposición:
Consejos piadosos basados en la Biblia.
En períodos de crisis, en un momento de necesidad, cuando una persona viene a nosotras con un problema, cuando vemos que una persona va camino al peligro o el desastre, a menudo tenemos la oportunidad y el privilegio de decirle algo importante para su vida, de traspasar la oscuridad y la confusión y señalarle la Luz. A veces es un caso único y especial, una suerte de “encuentro orquestado por Dios”; con otras personas, tendremos esa oportunidad una y otra vez. (Luego hablaremos más sobre la enseñanza, el entrenamiento y cómo ser mentores en el capítulo 10). A menudo podemos inspirarnos en nuestras propias experiencias y en nuestros fracasos además de nuestros logros. Hay cosas que hemos aprendido de personas sabias que encontramos en el camino y cosas que aprendimos por nuestra cuenta (por lo general, a fuerza de cometer errores). Pero lo más importante son las cosas que Dios nos enseñó en las páginas de su Palabra, los principios bíblicos que son la base de nuestra vida y nuestra fe. Es fundamental que la sabiduría que impartamos no sea meramente sabiduría humana o terrenal, sino “la sabiduría que es de lo alto”. La Biblia nos dice que es fácil reconocer este tipo de sabiduría porque es pura, pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía (Stg. 3:17). Puede que necesitemos esta sabiduría de repente y de manera inesperada, o natural y frecuentemente en el transcurso del día. Una manera de prepararnos es asegurarnos de pasar todos los días un tiempo en la presencia de Dios, estudiar su Palabra, buscar su rostro, pedirle que nos dé sabiduría —que nos llene de ella—, de manera que cada vez que la necesitemos, la tengamos.
Verdad expresada en amor
A menudo se dice con bastante ligereza: “¡La verdad duele!”. Y a veces es así. Puede ser dolorosa, especialmente cuando expone un área de debilidad, autoengaño o pecado. Pero es mucho más fácil de recibir si se dice en amor. El hecho es que existen situaciones que nos exigen corregir a los demás y hacerlos responsables de sus acciones o su comportamiento. Otras circunstancias nos exigen que mantengamos cierta norma (especialmente una norma bíblica) y llamemos a los demás al arrepentimiento y a volver a la obediencia a la Palabra de Dios. Casi siempre, esto sucede durante una conversación o confrontación mantenida con personas con quienes tenemos una relación profunda, con personas que conocemos íntimamente, con quienes tenemos confianza y nos hemos ganado el derecho de hablar. En cualquier caso, este tipo de corrección amorosa solo debe hacerse en oración y con mucho cuidado e interés por la otra persona. No debería darnos ninguna alegría. Si sentimos siquiera un dejo de victoria o satisfacción arrogante ante la idea de poner a la persona en su lugar, debemos echarnos atrás… ¡inmediatamente! Pero si nos compungimos en nuestro corazón por ellos, si de verdad queremos lo mejor para ellos y si (después de orar con sinceridad y pedir a Dios que nos guíe) estamos absolutamente convencidas de que es una verdad que debemos decir —en ese preciso momento y en ese preciso lugar—, entonces hemos de proceder con valor santo, con bondad y compasión, porque a veces decir la verdad es lo más amoroso que podemos hacer (Jn. 8:32).
Continuará...