Proverbios 12:18 dice: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina”. Las Escrituras están llenas de ejemplos de esta verdad, de cómo las palabras adecuadas dichas en el momento preciso (a menudo por parte de mujeres) tienen el poder de conmover corazones y vidas, y cambiar el curso de la historia. Para bien.
Elogios y aprecio sinceros
¿Cuándo fue la última vez que hicimos saber a alguien cuánto lo amamos, cuánto lo valoramos y cuánto apreciamos lo que aporta a nuestra vida y la de los demás? Sin duda, la mayoría de las personas son bien conscientes de sus defectos y errores, pero ¿qué hay de sus fortalezas, sus éxitos y logros, sus talentos y dones especiales? Sabemos lo mucho que significa para nosotras cuando nos sentimos desalentadas, agotadas y “[cansadas] de hacer el bien”, y de repente alguien nos elogia, nos agradece o nos hace saber que ha notado nuestro esfuerzo. ¡Cómo nos levanta el ánimo y nos alegra el día! Necesitamos adoptar el hábito de hacer lo mismo por los demás, de tomarnos el tiempo — de hacer el tiempo— todos los días para eso.
“El aprecio puede cambiarle el día a alguien, incluso cambiarle la vida. Todo lo que se necesita es la disposición a expresarlo con palabras”. —Margaret Cousins
Una vez, asistí a un taller en un congreso para maestros titulado “Sorpréndelos haciendo lo bueno”. La premisa de la oradora consistía en que, en lugar de estar atentas al mal comportamiento y reprender a los niños constantemente, deberíamos buscar ejemplos del buen comportamiento y recompensar los actos de obediencia realizados con alegría, los actos de bondad y generosidad y los buenos modales que podamos observar. Insistió que era una estrategia mucho más eficaz para mantener la disciplina de una clase. La oradora nos aseguró que los niños que estuvieran a nuestro cargo se sentirían mucho más motivados por los elogios y refuerzos positivos que por la atención negativa que recibían por portarse mal. Cuando volví a mi clase, decidí probarlo… y tengo que decir que los cambios en su comportamiento y en su actitud fueron sorprendentes… ¡igual de sorprendentes que mis cambios!
Tal vez hayas oído la historia real de otra profesora que una vez pidió a sus estudiantes de los primeros años de escuela secundaria que escribieran una cosa que admiraban o apreciaban de cada uno de sus compañeros de clase. Después, juntó todos los comentarios y repartió a los estudiantes la lista de las cosas que sus compañeros admiraban de ellos. Para muchos de esos estudiantes, fue un momento decisivo, una experiencia que les cambió la vida. Muchos años después, cuando uno de ellos murió en la guerra de Vietnam, se encontró en su billetera la antigua lista hecha jirones: se encontraba entre sus posesiones más preciadas.
Piénsalo: ¿A cuáles de las personas que te rodean —en tu familia, tu iglesia, tu escuela u oficina, tu vecindario o comunidad— les vendría bien un elogio sincero o una expresión sentida de aprecio por tu parte?
Humor que aligera la carga
La Biblia dice: “El corazón alegre constituye buen remedio…” (Pr. 17:22). Después de miles de años y cientos de estudios de investigación, ¡los médicos y científicos se han puesto de acuerdo! Existe un poder sanador en el humor positivo y edificante. De alguna manera, la risa alivia el estrés y libera tensiones; nos ayuda a relajarnos. Cuando nos reímos de nosotros mismos y con los demás, podemos deshacernos de una gran cantidad de emociones poco saludables. Decir algunas tonterías ayuda mucho a aliviar los síntomas del dolor físico, emocional y psicológico. Algunas mujeres tienen una gran habilidad para eso, ¡un don para la comedia! Pero todas nosotras podemos aprender a usar un poco de frivolidad de vez en cuando para aligerarle la carga a otra persona.
Exhortación y aliento
Todas nosotras estamos rodeadas de personas necesitadas de oír que vemos el potencial que Dios les dio y que creemos en ellas. Tenemos las mejores expectativas de lo que Él logrará en ellas y a través de sus vidas. A veces incluso podemos ver en ellas cosas que ellas no ven. Pero una vez que lo vislumbran, nuestra fe en ellas se convierte en lo que las motiva e inspira, el motor que las impulsa a avanzar y crecer hasta alcanzar todo lo que estaban destinadas a ser. Tenemos el privilegio de alentarlas a cada paso, de retarlas a “tener sueños grandes y esforzarse mucho más”. Cuando se encuentran con obstáculos o se quedan sin combustible, podemos ser la voz que les diga: “¡No abandones la lucha! ¡Tú puedes lograrlo! ¡Sé que puedes! Dios está contigo. Él te ayudará. Y yo también”
Continuará...