Proverbios 12:18 dice: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina”. Las Escrituras están llenas de ejemplos de esta verdad, de cómo las palabras adecuadas dichas en el momento preciso (a menudo por parte de mujeres) tienen el poder de conmover corazones y vidas, y cambiar el curso de la historia. Para bien.
Compasión y comprensión
Esto es el opuesto de las críticas y los juicios condenatorios. Es extender a los demás la misericordia y la gracia que hemos recibido. Les hacemos saber que no están solos; hay alguien que ve, alguien que se preocupa por ellos, alguien que comprende lo que están pasando. Nuestros problemas pueden ser parecidos a los de ellos o pueden no serlo, pero nosotras sabemos lo que es sentirse solo, rechazado, traicionado. Hemos cometido nuestra propia cuota de errores. Sabemos lo que se siente al caer y fracasar. También sabemos dónde encontrar la fortaleza para volver a levantarnos, aprender a amar, confiar y reintentarlo. Así que los encaminamos en esa dirección. Y oramos por ellos. Mejor aún, oramos con ellos.
Una vez vi una conferencia de prensa encabezada por un hombre que acababa de perderlo todo —su esposa, sus dos hijas muy pequeñas y su suegra— cuando un avión militar impactó contra su casa unos días antes de Navidad. Con lágrimas en los ojos, este hombre expresó su profunda preocupación por el piloto que había salido ileso, pues se imaginaba que seguramente estaría destrozado por lo que había hecho. El hombre pidió a todos los oyentes que oraran por el piloto: “Quiero que él sepa que no lo culpo. No fue su culpa. No tuvo la intención de hacerlo. Quiero que él se quede en paz”. ¡Qué regalo tan increíble le dio este hombre a ese piloto! Es el tipo de compasión y comprensión a imagen de Cristo a la que todos hemos sido llamados. Sin embargo, verla expresada ante nuestros ojos nos deja sin aliento.
“Para unos ojos hermosos, busca el bien en los demás; para unos labios hermosos, di solo palabras amables; y para un buen porte, camina en el conocimiento de que nunca estás sola”. —Audrey Hepburn
Un oído atento
¿Qué le dices a una persona que acaba de perder el trabajo o la casa, un hijo o un cónyuge? ¿A alguien que está pasando un sufrimiento físico, emocional, mental o espiritual? Romanos 12:15 nos exhorta a llorar con los que lloran. Debemos consolarlos con nuestra presencia y nuestro amor. Dejar que Dios use nuestros brazos para abrazarlos, nuestros oídos para escucharlos. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Co. 1:3-4).
A veces nos apuramos demasiado en intentar “arreglar” y mejorar las cosas. He caído en esa trampa. Muchas veces me he sorprendido intentando resolver los problemas de mis amigos ofreciéndoles lo que pretendo que sean sugerencias útiles. “¿Has pensado en esto? ¿Has probado con aquello? Tal vez si…”. A menudo derriban una idea tras otra. Tienen un millón de razones por las cuales no funcionará nada de lo que les digo. Pero sigo intentándolo, en lugar de entender el mensaje: “Necesito tu compasión, no tus soluciones. Un oído que escucha, no una lista de cosas que debo hacer”. No sé por qué me cuesta tanto captar eso, especialmente si tengo en cuenta lo frustrante que me resulta cuando otras personas me hacen lo mismo. Supongo que en verdad solo quiero ayudar, del mismo modo que otros solo quieren ayudarme a mí. Pero hace algunos años, aprendí a ser franca con mis amigos y mi familia, y a decirles: “Quizá más adelante te pida un consejo sobre este tema; en este momento solo necesito que me escuches”. Ahora cuando me hacen una confidencia, intento acordarme de preguntarles: “¿Cómo te puedo ayudar con esto? ¿Estás buscando una caja de resonancia? ¿Quieres mis sugerencias? ¿O estás buscando un hombro donde llorar? Lo que sea que necesites, te lo daré”.
Estas son solo algunas de las armas poderosas que tenemos a nuestra disposición en la batalla encarnizada entre el bien y el mal, que se da a nuestro alrededor. Hay muchas maneras en que podemos usar nuestras palabras para ayudar y traer sanidad. Es posible que de este lado de la eternidad nunca sepamos el impacto que han tenido en la vida de las personas a quienes afectamos, aunque a veces Dios nos dé un atisbo, un vistazo por adelantado. ¡Qué privilegio tan maravilloso ser su vasija, su voz! Impartir con palabras su vida, su amor, su gozo y su paz al corazón de otra persona. Y en cierto sentido, es muy sencillo, muy fácil. Cualquiera puede hacerlo. En cualquier momento. En cualquier lugar.
Sin embargo, puede ser el reto de toda una vida domar la lengua, dominar este gran poder, y aprender a usarla para el bien de manera sistemática. Puede exigir una dedicación inmensa y un esfuerzo enorme de nuestra parte resistir la tentación de nuestra inclinación egoísta, superar nuestra debilidad humana y alcanzar el potencial que nos ha sido dado. Francamente, es imposible lograrlo por nosotras mismas. Necesitamos que el Espíritu de Dios nos ayude. Y no solo con las palabras que se nos escapan… sino con la fuente de esas palabras: nuestro corazón.
Y en cierto sentido, es muy sencillo, muy fácil. Cualquiera puede hacerlo. En cualquier momento. En cualquier lugar. Sin embargo, puede ser el reto de toda una vida domar la lengua, dominar este gran poder, y aprender a usarla para el bien de manera sistemática. Puede exigir una dedicación inmensa y un esfuerzo enorme de nuestra parte resistir la tentación de nuestra inclinación egoísta, superar nuestra debilidad humana y alcanzar el potencial que nos ha sido dado. Francamente, es imposible lograrlo por nosotras mismas. Necesitamos que el Espíritu de Dios nos ayude. Y no solo con las palabras que se nos escapan… sino con la fuente de esas palabras: nuestro corazón.
- Tomado del libro Mujer, descubre el impacto y el poder de tus palabras, por Christin Ditchfield