En los días del Antiguo Testamento, si un sacerdote tenía una herida o una llaga sangrante, no podía ministrar. Pienso que podemos aprender de eso hoy, porque conozco un montón de personas heridas que están tratando de ministrar y brindar sanidad a otros mientras ellos mismos siguen teniendo heridas del pasado sin sanar. Esas personas siguen sangrando y con problemas. Son lo que llamo “sanadores lastimados”.
¿Estoy diciendo que esas personas no pueden ministrar? No, pero sí digo que necesitan ser sanadas. Jesús dijo que si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán al hoyo (vea Mateo 15:14). Hay un mensaje en esa declaración. ¿Cuál es la utilidad de estar tratando de ministrar victoria a otros si yo no tengo victoria en mi propia vida?¿Cómo puedo ministrar sanidad emocional a otros si yo no he tratado con los problemas emocionales que traigo desde el pasado? Para ministrar adecuadamente, primero necesitamos ir a Dios y permitir que Él nos sane. He encontrado que cuando tengo un problema de relaciones, cuando estoy lastimada o cuando alguien daña mis sentimientos, no puedo ministrar adecuadamente hasta que la situación se arregla, porque me quita fuerzas y afecta mi fe. Cuando tengo problemas sin resolver en mi vida, no soy tan fuerte como podría ser.
A Dios le gusta usar gente que ha sido herida o lastimada que se haya sanado después, porque nadie puede ministrar a otro mejor que una persona que ha tenido el mismo problema o ha estado en la misma situación que la persona que está pidiendo ayuda. Pide a Dios que te sane donde sea que estés herida, así Él te puede usar para ayudar a otros. ¡Pídele te convierta en una sanadora sanada!
—Tomado de La Biblia de la vida diaria de Joyce Meyer.