Un precioso día de otoño en 1967, la pareja estaba sentada frente a su antigua máquina de escribir en la pequeña mesa de la cocina en su nuevo hogar: los Estados Unidos. No había pasado tanto tiempo desde que el pastor Richard Wurmbrad estuviera sentado una celda fría y oscura de una cárcel rumana por su trabajo en la iglesia clandestina. A su esposa, Sabina, la sentenciaron a trabajar en un campo de prisioneros.
Ahora la pareja meditaba en el mensaje que les dio. Querían comunicar las pruebas y lo triunfos a que se enfrentaban los cristianos perseguidos en los países comunistas alrededor del mundo. La policía secreta rumana amenazó a la pareja a fin de que no hablaran en contra del comunismo, pero la intimidación no los detendría. Se sentían obligados a levantar la voz del cuerpo de Cristo sufriendo; una voz que había sido pasada por alto y olvidada por muchos en el mundo libre.