Puede resultar difícil para nosotros pensar en los santos del Antiguo Testamento como buenos amantes, pero lo eran. De hecho, jamás llegaremos a oír un sermón sobre las relaciones de Isaac con su mujer, Rebeca, registradas en Génesis 26:6-11.
Ese hombre, que en Hebreos 11 está relacionado con Dios en cuanto a quien es quien fue observado por el rey Abimelec en pleno juego de caricias, con su esposa. El pasaje no nos dice hasta qué punto llegó en su juego, pero obviamente éste era lo suficiente íntimo como para que el rey llegase a la conclusión de que ella debía ser su mujer, y no su hermana, como había declarado falsamente. Isaac cometió una falta, no por haberse entregado al juego amoroso que precede al acto, sino por no haberlo restringido a la privacía de su alcoba. El hecho de que fuera descubierto, sin embargo, sugiere que en su día el “juego erótico” era común y permitido entre esposos. Dios lo ha ideado de este modo.
Ese hombre, que en Hebreos 11 está relacionado con Dios en cuanto a quien es quien fue observado por el rey Abimelec en pleno juego de caricias, con su esposa. El pasaje no nos dice hasta qué punto llegó en su juego, pero obviamente éste era lo suficiente íntimo como para que el rey llegase a la conclusión de que ella debía ser su mujer, y no su hermana, como había declarado falsamente. Isaac cometió una falta, no por haberse entregado al juego amoroso que precede al acto, sino por no haberlo restringido a la privacía de su alcoba. El hecho de que fuera descubierto, sin embargo, sugiere que en su día el “juego erótico” era común y permitido entre esposos. Dios lo ha ideado de este modo.