hablemos siempre con la verdad, teniendo cuidado de cada una de nuestras palabras |
A veces parece que pensamos que las palabras que pronunciamos simplemente caen al vacío y mueren, o se desvanecen en el aire, o se convierten en nada. Pero, ¡no! Nuestras palabras perduran - ¡ellas no mueren!
Podés decir, “Pero yo solamente dije este chisme a un amigo y él prometió no mencionárselo a nadie. Con él terminó.”
¡Eso no sucederá! Cada palabra que pronunciamos está grabada, escrita en la eternidad, y nosotros las escucharemos todas repetirse en el día del juicio.
Recuerdo haber experimentado una profunda convicción tras una conversación con un amigo acerca de un chisme. Lo que dije fue cierto. Se trataba de una situación moral que tuve que manejar referente a un ministro. Su nombre fue pronunciado en la conversación y yo dije, “No confíes en él. ¡Yo sé algo acerca de él!”
En el momento en que yo pronuncié eso, me sentí condenado. El Espíritu Santo me susurró al oído, “¡Para aquí! Nadie necesita saber de esto. No digas más porque no hay ningún propósito detrás. A pesar de que es verdad, ¡no lo repitas!”
Lo que yo había dicho era ya suficientemente negativo. Pero cuando saqué todos los detalles, yo supe que ¡debí de haberme quedado callado! Me encontraba profundamente convencido por el Espíritu Santo. Así que más tarde le hablé a mi amigo y le dije, “Lo siento, fue un chisme. Estaba fuera de control. Por favor no lo repitas. Intenta no pensar al respecto.”
¿Acaso mi pecado es cubierto por la sangre de Jesús? Sí, porque yo reconozco completamente que he pecado y le he permitido al Espíritu Santo mostrarme parte del orgullo legalista que aún habita en mi. ¡Le permití que me humillara y me sanara!