Cuando pienso en los momentos más felices de mi vida, sin duda alguna vienen a mi mente tres ocasiones: los nacimientos de mis tres hijos. Una mezcla de emoción, de alegría infinita y ternura.
Creo que para todas las mujeres, los partos de sus hijos son inolvidables y lo experimentado quedará en nuestra memoria para siempre.
En el lado opuesto, las mujeres que no pueden concebir. Conozco muchas mujeres a quienes les habían diagnosticado que jamás tendrían hijos, y por la intervención de Dios en sus vidas, fueron madres... ¡y de más de uno! También conozco muchas que tienen fe, que recurrieron a cuanto tratamiento médico se presentaba, y ven pasar los días, los años e irse la esperanza. ¿Te das una idea de lo que sienten?