Cuántas veces sufrimos por lo que nos hizo alguna persona, nos decepcionaron, nos lastimaron y guardamos en ese recuerdo de dolor el temor de que nos vuelvan a lastimar y hasta el rencor contra quien nos hirió.
Lo mejor para aliviar nuestra alma, tal vez después de derramar lágrimas y poder enfocarnos, es perdonar. El perdón libera.
¿Qué hacer entonces? Cuando caemos, podemos restarle importancia. Podemos negarlo. Podemos distorsionarlo. O bien, podemos hacerle frente a la situación.
Con Dios no se pueden guardar secretos. La confesión no es decirle a Dios lo que hicimos. Él ya lo sabe. La confesión es sencillamente convenir con Dios en que nuestros actos fueron errados, es decirle que nos arrepentimos de corazón y que deseamos no volver a hacerlo.
¿Cómo va a sanar Dios lo que negamos? ¿Cómo puede perdonarnos cuando no confesamos nuestra culpa? Ah, ahí está la palabra: culpa. ¿No es eso lo que queremos evitar? Culpa. ¿No es eso lo que detestamos? ¿Pero es tan malo ser culpables? ¿Qué implica la culpa sino que conocemos la diferencia entre lo malo y lo bueno, que aspiramos a ser mejores? La culpa es eso: un sincero remordimiento por decirle a Dios una cosa y hacer otra.
Tal vez este nuevo año sea un buen tiempo para un nuevo comienzo, un tiempo para hacer un "borrón y cuenta nueva", Dios nos ama tanto que en cuanto le pedimos perdón se olvida de nuestro pasado, borra lo malo como si nunca hubiera pasado. Aprendamos de lo bueno y lo malo que hicimos y comencemos este nuevo año con la esperanza de que Dios es bueno y fiel en nuestras vidas.
Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo,
y no me acordaré de tus pecados.
Isaías 43.25
Tomado del Libro Promesas Inspiradoras de Dios - Max Lucado