Dios no nos salva por lo que hemos hecho. Sólo un dios pequeño se compra con diezmos. Solamente un dios egoísta se impresionaría ante nuestro dolor. Sólo un dios temperamental estaría satisfecho con sacrificios. Solamente un dios sin corazón vendería la salvación al mejor postor.
Y sólo un gran Dios hace por sus hijos lo que ellos por sí solos no pueden hacer. El deleite en Dios se recibe mediante la rendición; no se confiere por conquista. El primer paso al regocijo es una súplica de ayuda, una confesión de destitución moral, un reconocimiento de insuficiencia interior.
Los que experimentan la presencia de Dios se han declarado en bancarrota espiritual y están conscientes de su crisis espiritual … Sus bolsillos están vacíos. Sus opciones han desaparecido. Desde hace tiempo han dejado de pedir justicia y están suplicando misericordia.
No nos sentimos felices aquí porque no tenemos un hogar aquí. No nos sentimos felices aquí porque se supone que aquí no tendremos felicidad. Lo cierto es que somos «extranjeros y peregrinos en este mundo» (1 Pedro 2.11).
Y nunca seremos completamente felices en la tierra, sencillamente porque no fuimos hechos para la tierra. Claro, tendremos momentos de gozo. Y no faltarán destellos de luz. Gozaremos de momentos, y aún de días, de paz. Pero jamás podrán compararse con la felicidad que nos aguarda.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo
(por gracia sois salvos).
Efesios 2:4-5
Tomado del Libro Promesas Inspiradoras de Dios - Max Lucado