Desde el principio, las culturas humanas han dejado registro acerca de que la mujer ha sido objeto de belleza. Las esculturas y grabados primitivos muestran figuras femeninas voluminosas, incluso deformes, que reflejan el interés de los prehistóricos por la fertilidad, tan necesaria para la continuidad del grupo.
En Egipto se encontraban peines de marfil, cremas, negro para los ojos, polvo, etc., dentro de pequeños recipientes en los que estaban grabadas las instrucciones para su uso. El refinamiento de los cuidados estéticos era inmenso. Fórmulas secretas embellecían a las reinas de Egipto que, con mucha rapidez, eran imitadas por sus cortesanas. Los peinados, las pelucas, los baños de leche, las estilizadas siluetas, todo formaba parte de una cultura en la que lo espiritual, el arte, la religión y la ciencia tenían una importancia fundamental.
Especial atención merecían el cabello, la piel y los ojos. El cabello era teñido con henna, consiguiendo mil matices encarnados o bien se rasuraba completamente para facilitar los continuos cambios de pelucas, sumamente sofisticadas. Las dos reinas que más se significaron por su belleza y sus secretos de estética fueron Nefertiti y Cleopatra.
Grecia fue la civilización de la belleza. Ha sido tal su influencia en las culturas occidentales posteriores que su cultura y su arte han configurado el llamado ideal clásico de belleza. Eran, en contraste con los egipcios, todos los estamentos sociales los que compartían su inquietud por la estética. La mayor atención la prestaban al cuidado del cuerpo. Los cánones de belleza griegos no toleraban ni la grasa ni los senos voluminosos. Era necesario cultivar el cuerpo para conseguir la perfección estética que consistía en, además de tener senos pequeños y fuertes, poseer un cuello fino y esbelto y los hombros proporcionados.
En el renacimiento el ideal de belleza de las mujeres nobles italianas consistía en tener un cuerpo de formas muy curvadas, la frente alta y despejada, sin apenas cejas y la piel blanquecina. Tener el pelo rubio era sinónimo de buen gusto y para conseguirlo mezclaban los extractos más extraños.
En la Biblia encontramos la historia de la reina Ester, quien embellecía con afeites sus maravillosos ojos, hasta el punto que se dice de ella que era la mujer con los más bellos ojos que nunca existió. El relato bíblico al respecto detalla que ella fue, con su gran belleza, la que el rey amó. Claro que, detrás de todo eso, Ester estaba en los planes de Dios. Su participación en el reino fue decesiva para librar al pueblo hebreo de una muerte segura. A tal punto se destacó su rol, que ella supo que por esa causa había llegado al trono, y no dudó en poner en riesgo su propia vida para salvar a los suyos.
Con todo, Ester pasó por un tratamiento de belleza intensivo. Pero la belleza que contó a la hora de la prueba, fue la belleza interior. Su tío Mardoqueo la había enseñado bien para que siguiera amando a Dios a pesar de encontrarse en medio de un pueblo alejado del Señor. Y todo la Palabra de Dios que en ella había sido sembrada, dio fruto en el momento preciso.
Hay una belleza que no se logra con cirugías y cosméticos. Es la belleza del espíritu. Dedícale tiempo y esfuerzo, que a su tiempo, dará fruto de excelencia.
Algunos párrafos históricos fueron tomados de http://html.rincondelvago.com/belleza_1.html