El viaje se hacía interminable. No veía la hora de llegar a casa. Luego de tantos días fuera, volver al hogar y ver a la familia se convertía en el pensamiento más hermoso que la acompañó hora tras hora. Tantos proyectos, tantos abrazos por dar y recibir.
Al llegar, la felicidad no tenía fin. Hasta habían puesto carteles de bienvenida. Tanto por contar, tanto por reir... Estaban todos esperándola. Sólo faltaba él, se habría demorado por el tránsito.
Atendió aquella llamada casi sin pensar, y con una sonrisa en los labios. En pocos instantes, su rostro cambió. El accidente había sido grave. Lo que era una fiesta, se había convertido en una tragedia. Los planes se esfumaron en un instante, y en lugar de proyectos, ahora había problemas.
¿Existirá algún ser humano que no tenga problemas?
Creo que no. Como si fuera el caudal de un río, nuestra vida no siempre tiene las aguas calmadas. A veces hay crecidas, otras, fuertes corrientes que arrastran piedras que golpean nuestra existencia. Cuando estamos en esta situación, solemos pensar que nadie nos entiende, que nos pasa lo peor y que Dios se ha olvidado de nosotros.
Cuando arrecia la dificultad, no importa entender. Lo mejor es dejar todo en las manos de Jesús. Seguramente tendremos que tomar decisiones, o esperar con paciencia, u ocuparnos de cosas que son nuevas para nosotros. Por eso necesitamos más que nunca depender del Señor, confiar en el Señor y pedirle Su ayuda constantemente.
He pasado varias situaciones difíciles en mi vida. En todas y cada una de ellas, Dios estuvo conmigo. Y puedo asegurar que cuando la prueba pasa, uno queda con un aprendizaje espiritual privilegiado, ejercitado para ayudar a otros que están pasando por situaciones similares. Dice la Biblia:
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. Pues así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él tenemos abundante consuelo. Si sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los ayude a soportar con paciencia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. 2 Co 1:3-6
Los problemas matemáticos tienen un enunciado, un desarrollo y una solución. Llegar a la solución es un alivio, y de los tres aspectos, el más esperado. Disfrutamos cuando nuestros problemas se resuelven, la prueba termina y especialmente, cuando ha pasado algún tiempo, pues comprobamos que Dios nos ha bendecido. Pidámosle al Señor, en las épocas de tranquilidad, que nos ayude a conocer Su Palabra, a tener comunión con El y con la iglesia, a depender del Espíritu Santo, para que cuando venga la dificultad, estemos fortalecidos y bien afirmados. Y confiemos, pues Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones.
Patricia O.