Es importante que entendamos que la tentación no es pecado. Para que algo nos tiente, debemos tener un deseo natural por ello. Por ejemplo, si yo no hubiera comido en todo el día y usted me dejara solo en una habitación con una fuente de sushi, no me tentaría porque detesto el sushi. En cambio, si estuviera con hambre y usted pusiera una cola de langosta caliente y jugosa frente a mí, ¡me tentaría! No podemos ser tentados por algo que no deseamos. Por eso el diablo tentó a Jesús con “di que estas piedras se conviertan en pan”: él sabía que Jesús no había comido en cuarenta días. El hecho de que Jesús tuviera hambre hizo que esa sugerencia fuera una tentación.
Probablemente usted se pregunte: ¿Cuándo se convierte la tentación en pecado? La tentación se convierte en pecado cuando aceptamos la sugerencia en lugar de resistirla. Si una hermosa mujer corriera desnuda frente a una multitud, todo hombre normal del gentío sería tentado porque Dios les dio a los hombres el impulso sexual. Pero solo han pecado cuando eligen aceptar la tentación. Si uno de los hombres de la multitud se dijera a sí mismo: Realmente me gustaría tener sexo con esa mujer, ya ha cruzado la línea de la tentación y entrado en el mundo del pecado. Aunque hasta ese punto no haya hecho nada físicamente incorrecto, ya ha pecado en su corazón.
Recientemente tuve una conversación con un líder de alto perfil que me dijo que pecaba todos los días. Yo estaba pasmado. Cuando le pregunté qué quería decir con pecar, comenzó a describir diferentes tentaciones que enfrentaba día a día. “¿Acepta esas tentaciones en su mente cuando vienen a su corazón?”, le pregunté.“No, por supuesto que no. Soy sensato”, fue su respuesta. “Entonces usted no ha pecado, solo fue tentado. La tentación no es pecado”, le expliqué. El líder estaba conmocionado por la verdadera definición de pecado. En ese momento, esa persona fue libre de una vida entera de culpa por sentir que le había fallado continuamente al Señor.
—Tomado del libro Las batallas espirituales de Kris Vallotton.