Hablemos sobre una querida hermana que está sufriendo. Ella ama a Jesús pero se siente sin esperanza, cabizbaja, rechazada. Ella piensa, “He sido profundamente herida y no tengo a nadie con quien hablar que me comprenda.” En algunas ocasiones ella se pregunta si Dios puede perdonarla al tener una fe tan débil. Ella está a punto de darse por vencida.
Satanás se para a su lado para acusarle, “¡Mirala! Ella no tiene fe alguna. ¿Qué clase de cristiana es esta, Dios?”
Jesús ve su dolor y siente su pena. Él sabe que su fe es débil, que ella está a punto de darse por vencida así que Él se presenta en su nombre ante el Padre y empieza a interceder:
“Padre, yo sé lo que ella siente pues he estado en su lugar. Yo fui rechazado en mi propia carne y sangre. Fui burlado por la multitud religiosa. Soldados me golpearon y colocaron espinas sobre mi cabeza. Yo incluso clamé. '¿Por qué me has abandonado?' Padre, yo me identifico con esa mujer. He lavado sus pecados. Sé que ella aún tiene amor por mí.”
Aquí es donde las oraciones de Jesús por nosotros tienen efecto: “Padre, pido para que ella sea perdonada por su decepción, y para que le sea dada desde lo alto una nueva porción de gracia. Permite que el Espíritu Santo venga sobre ella con un nuevo aliento, estímulo, y que le sea dado un espíritu de paz y descanso. ¡Ella es mía, Padre, y Satanás no puede tenerla!”
De repente, de la nada, la mujer se siente con nuevo aliento. Gracia le ha sido dada a través de las oraciones de nuestro sumo sacerdote.
Él es conmovido por nuestros sentimientos de dolencia y Él actúa en misericordia.
David Wilkerson