Filipenses 3:13–14 nos instruye que olvidemos lo que está detrás. Nos exhorta a luchar por lo que está delante, alivianándonos de la carga de nuestro pasado. Esa es la única forma en que podemos tener la fuerza necesaria para perseverar hacia nuestra meta.
¿Cuántos corredores de maratón llevan mochilas? Si comienzan con una, pronto la arrojan para poder aliviar su peso y terminar la carrera. Los corredores de maratones compiten con la menor cantidad de artefactos y llevan sólo lo que es necesario para su viaje.
Nosotros también corremos una carrera. No es sólo una carrera física, sino también una espiritual. Eso es lo que hace que la carrera sea diferente. Proverbios 4:18 nos dice que el camino se vuelve más claro y distinto cuando lo caminamos: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Siempre que avancemos, nuestra luz se incrementará. No podemos avanzar cuando miramos hacia atrás, así que debemos volvernos al Hijo y seguir su luz.
Con cada paso, abandonamos el reino de la oscuridad y viajamos con mayor profundidad hacia su luz, hasta que brille más que la luz del día. Algunos de ustedes están corriendo con mochilas llenas de piedras, porque intentan llevar su pasado al futuro. Otros de ustedes miran hacia atrás. Tal vez teman que su futuro sea como su pasado. Ahora es el momento de poner a descansar el pasado.
Cuando nos excusamos por nuestra conducta por nuestro pasado, decimos: “Me he ganado el derecho a ser de este modo por lo que me hicieron”. Esta actitud traiciona la presencia de la falta de perdón en nuestro corazón. El perdón es la propia base del evangelio. Sin perdón, no hay remisión del pecado. La falta de perdón nos mantendrá atados al pasado. “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.” —Lucas 6:37
La falta de perdón inevitablemente nos hace perder la visión de nuestra propia necesidad de perdón. Tenemos la promesa de Dios de que si perdonamos, seremos perdonados. Cuando no perdonamos, el peso de nuestros propios pecados vuelve a pesar sobre nosotros. El perdón de Dios es la propia fuerza que nos libera de nuestro pasado. Incluso, podemos liberar a los demás, porque “a quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:23).
Pero recuerda: Al no perdonar a los demás, tampoco se nos perdona a nosotros. Algunos de nosotros hemos retenido el perdón como una forma de castigo cuando, al final, sólo nos estamos castigando a nosotros mismos. ¿Valdrá la pena?
Fuente: De nuestro corazón al suyo, Lisa Bevere