Podría echarle la culpa de eso a mi niñez, cuando nunca pude agradar a mi padre. Pasé muchos de mis años de adulta tratando de agradar a papá, y seguí haciéndolo incluso después de su muerte. Supongo íntimamente que fue una forma de transferencia de cómo interpretaba a mi padre terrenal lo que eché sobre mi Padre celestial. Hasta diré que la mayoría de nosotros lo hace.
Tenemos en nuestros cerebros algo así como un cableado que transfiere nuestra imagen del padre terrenal a nuestro Padre celestial. Uno de los primeros sermones que oí después de convertirme trataba de la paternidad de Dios y el amor que Dios tenía por mí. Ese sermón cambió mucho las cosas para mí porque entonces comencé a distinguir entre mis dos padres. Me llevó un largo tiempo separarlos, pero fue el comienzo.
Pero más allá de darme cuenta de que Dios me amaba, yo arrastraba cosas de mi niñez. No era el favorito de mi papá. Mel, el favorito, podía pedir cualquier cosa y obtenerla, y el resto de nosotros lo sabía. Si yo pedía algo, rara vez lo recibía. Las pocas veces que pedí y recibí lo que quería de papá era cuando le suplicaba repetidamente hasta que él terminaba por ceder. Después de convertirme, esa era mi manera de relacionarme con Dios. Mi Padre celestial no daba generosamente y tenía que importunarlo (una palabra más agradable que “suplicar”) hasta sentirme seguro de tener una respuesta positiva.
Junto con eso, como no sentía que papá me amara, gastaba una cantidad exorbitante de energía tratando de demostrarle que yo era digna de amor. Lo hacía sacando buenas calificaciones y teniendo éxito en mi trabajo.
En el nivel inconsciente, era así como me relacionaba con Dios. Si quería una cosa, tenía que demostrarle a Dios que la necesitaba y que era merecedor de recibirla. Con frecuencia abría mi currículum vítae espiritual y alegaba.
• “Enseño en la Escuela Dominical todas las semanas.”
• “Soy jefa del programa de ujieres del primer turno de la mañana.”
• “Doy generosamente a nuestra iglesia.”
• “Doy a otros grupos de beneficencia.”
• “Ayudo a otros escritores.”
Me llevó un largo tiempo darme cuenta de que Dios me ama y quiere bendecir mi vida, no por algo que haya hecho o que vaya a hacer. Pasaron años antes de darme cuenta de que no podía hacer nada para lograr que Dios me amara más. Como el amor de Dios es eterno y me ama desde toda la eternidad, ¿cómo se podría incrementar? ¿Cómo podría hallar más favor ante Dios? Tenía que aprender que el Dios generoso y siempre amante ya me estaba alcanzando con amor insondable e inefable. No soy el centro del mundo, pero soy el centro del amor de Dios. Sus previsiones se basan en su amor incondicional, no en mi fidelidad.
Todo esto es para decir que nunca seré capaz de hacer que Dios me ame más de lo que ya me ama. Es imposible porque ya me ama perfectamente.
Es imposible que Dios me ame mañana más de lo que me ama hoy.
Fuente: Conozco a Dios conociéndome a mi misma, por Cecil Murphey.