Vivimos en una época de padres ausentes, padres fantasmas que no son efectivos. Aun en los casos en que las familias permanecen unidas, numerosos padres, como un avión, giran rodeando la pista, sin llegar a aterrizar. Están abocados a sus profesiones o demandas sociales. En muchos casos, también la madre sale a trabajar, ya sea para ayudar en el sostén del hogar o para ejercer la profesión para la cual se preparó. La consecuencia de esta situación es la falta de tiempo para dedicarles a los hijos.
La ausencia de los padres también puede atribuirse a no querer asumir las responsabilidades. La tasa de maternidad y paternidad adolescente es cada vez más elevada, asi que a esta edad aún no están maduros para ejercer el rol de padres. Pero también, hay adultos que prefieren vivir en una juventud permanente, y hablan, se visten y se esfuerzan para permanecer siempre juveniles.
Muy pocos padres son conscientes de la importancia de desempeñar el rol de liderazgo en la familia. Hay que tener en cuenta que el poder paterno es capaz de influir no sólo en su familia, sino también en sus descendientes hasta la cuarta generación (Salmo 78:5,6; Éx 34:7). Estos padres no ponen límites. Esta paternidad puede llegar a ser peor que si fuera neutral. ¿Cómo repercute en los hijos? Uno los abraza y no devuelven el abrazo. Uno les sonríe y sus ojos no reflejan absolutamente nada. Son muchachos sin conciencia.
Los padres debieran ser como los sembradores. Cuando planta una semilla, el sembrador no la arroja al azar sobre la tierra, para volver más adelante a recoger los frutos. Un sembrador entendido primeramente trabaja la tierra, la abona, le coloca un sistema de riego, conoce el clima, y todo esto para que la semilla tenga el ámbito ideal para germinar y crecer. Cuando la planta comienza a crecer, quita la maleza, elimina los parásitos, la protege del sol excesivo o del granizo, le coloca un tutor cuando el tallo es frágil y se lo quita cuando está fortalecido. Todo esto permite obtener un buen fruto. La función de los padres y de las madres sería entonces, estar presentes, acompañar, guiar, escuchar y educar. Cuando los padres no hacen esto, delegan, se ausentan, o ponen estas funciones muy al fondo en una lista de prioridades, entonces los hijos empiezan a estar huérfanos. Una orfandad que se hace más evidente a medida que los hijos crecen y se transforman en adolescentes, con graves consecuencias posteriores.
Las nuevas generaciones reclaman con justicia a los adultos: "no queremos procreadores de hijos, queremos padres".
Continuará.
Jesús prometió: "No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros." Jn 14:18