Existe un fenómeno en América Latina que atañe no sólo a personas sin padres, sino a generaciones que no han tenido padre varón. Se trata de la orfandad. Las naciones latinoamericanas poseen una antiquísima cultura indígena, la cual fue diezmada por la conquista española. El hombre español, al llegar al continente sin familia, violaba, embarazaba y abandonaba a las mujeres indígenas. Así comenzó el mestizaje. Luego, el hacendado colonial controlaba militar o patriarcalmente a los peones y a sus familias. Aduciendo el derecho de pernada podía apropiarse de cualquier mujer que viviera en sus inmediaciones, dejando a su paso una estela de "bastardos". Finalmente, el alcoholismo, y ahora la drogadicción, han hecho también estragos en las familias, dejando hijos abandonados a su suerte.
Con este bagaje histórico, esta primera década del milenio nos encuentra con una realidad familiar que duele. Niños y adolescentes que andan a la deriva, candidatos a ser presas de todo tipo de peligros que se acentúan día a día. Nos referimos a aquellos niños y adolescentes pertenecientes a todos los estratos sociales, sin distinción de credos, color o cultura. Jovencitos que tienen una casa donde habitar, la mayoría con padre y madre, que van a la escuela, usan internet, hacen deportes, comen a diario, pero viven como huérfanos funcionales. Sus necesidades básicas de alimentación, salud, educación y vivienda están resueltas por sus padres u otros adultos que se hicieron cargo de mantenerlos, pero que están ausentes de sus funciones principales de verdaderos padres y madres.
Continuará.
Jesús prometió: "No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros." Jn 14:18