Por Cristina I.R de Quiroz
" Yo te recibo a ti, por mi legítimo esposo, para tenerte y conservarte, desde ahora en adelante, seas más rico o más pobre, en tiempo de salud y de enfermedad, para amarte y consolarte, según la santa ordenanza de Dios, hasta que la muerte nos separe. Te empeño mi palabra y mi fe de que así lo haré".
Dios ya dispuso en su voluntad de que esta unión sea para siempre. No hay duda de su perspectiva sobre la esencia de la unidad. El matrimonio no tiene que crear la unidad (Dios ya "unió"), sino que tiene que hacerla realidad. Es decir, tiene la responsabilidad de concretarla durante toda su vida.
Desde que tuve uso de razón, siempre me prepare para encontrar el amor de mi vida, “mi príncipe azul”, ¡hasta que te vi!
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En los años de noviazgo proyecte en mi mente, la vida perfecta a tu lado. Ansiaba que llegara el día de ser tu esposa para darte mi vida.
Ya pasaron veintisiete años de matrimonio, y hay muchas cosas que no salieron como proyecte al principio.
¿Qué fue lo que realmente paso?, olvidé que los proyectos en un matrimonio se hacen de a dos. Y nos llevo tiempo, entendernos, perdonarnos, consolarnos de tantas cosas pasadas. Pero hubo tres columnas en nuestra vida que sostuvieron nuestro hogar, el amor, el respeto por el otro, pero por sobre estas dos, la promesa hecha al Padre Celestial, de que pase lo que pase haríamos todo lo posible para que nuestro matrimonio sea una realidad. Sin olvidarnos que Dios lo había formado primero en los cielos, y era nuestro deber mantenerlo vivo aquí en la tierra.