La vida cristiana es como andar en bicicleta: al principio te cuesta mantener el equilibrio, vas con inseguridad, te caes una y otra vez, te vuelves a levantar y sigues adelante. Así mismo en la vida de creyente, cuando recién comenzamos a conocer a Jesús y su Palabra podemos trastabillar y caer con mucha facilidad.
Con la práctica, las ruedas empiezan a permanecer alineadas en el camino, y ya no nos tiembla la mano para dirigirla, al punto que disfrutamos el andar sereno y el viento en el rostro.