Romanos 3:23 dice: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios”. Desde la última vez que revisé, todo realmente significa todo. Lo que lo incluye a usted y a mí. Ciertamente, no he sido infiel a mi esposo físicamente, pero también he cometido pecados. Y cuando pecamos, no estamos solamente pecando contra una persona; también estamos pecando contra nuestro Padre celestial.
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Cuando comparamos nuestro pecado con el pecado de otros, hacemos que nuestro estándar se convierta en un blanco variable. Eso significa que nunca tendremos un punto de referencia fijo. Nuestro estándar para medirnos nunca debe ser horizontal. Debe ser vertical. Debemos hacer exactamente lo que dice el libro de Hebreos y “fijar la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (Hebreos 12:2).
Cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que nos quedamos cortos. Sé cuán duro es esto. Estoy profundamente consciente de cuántas ganas tiene mi carne de echarle en cara a mi esposo su pecado cuando se molesta conmigo por algo pequeño. Sé cuán fácil sería para mí recordarle sus fracasos y asegurarme de que comprendiera lo perfecto que es mi historial en nuestro matrimonio. Pero reaccionar así nunca dará lugar al perdón.
No tengo que recordarle que Cristo vivió una vida perfecta y sin pecado en esta tierra. No hizo nada incorrecto. Nunca. Y cuando me doy cuenta de que estoy teniendo problemas para perdonar a alguien, es casi siempre porque caigo en aquella forma de pensar al estilo de “no puedo creer que ella haya hecho eso” y quito mi enfoque de Jesús para ponerlo en la persona que, a falta de mejores palabras, cayó. Me doy cuenta de que cuando mantengo mi enfoque en Cristo y me esfuerzo para caminar con Él a diario, casi siempre camino en el perdón hacia otros y la gratitud por lo que Cristo hizo por mí.
Tomado del libro Sanidad cuando la confianza se pierde por Cindy Beall.