Cuando cruces las aguas,yo estaré contigo;cuando cruces los ríos,no te cubrirán sus aguas;cuando camines por el fuego,no te quemarás ni te abrasarán las llamas.Isaías 43:2
¿Por qué habrá sido que este hombre del que leemos en Juan 5:1-9 pasó treinta y ocho años tendido al lado del estanque? No sólo tenía enfermo su cuerpo, sino también su alma. La enfermedad del alma es mucho peor, y a veces más difícil de tratar que la del cuerpo. Creo que el estado de su cuerpo y su alma le robaba la confianza y hacía que se rindiera en forma gradual y pasiva.
Fíjese que cuando Jesús le pregunta al hombre enfermo si “en serio” quería ser sano (Juan 5:6), él le dijo que no tenía quién lo ayudara a meterse en el estanque donde podría sanarse. Jesús no se quedó allí a sentir lástima por ese hombre. En vez de eso, le dio una instrucción muy específica: “Levántate, recoge tu camilla y anda”. En otras palabras: “No te quedes allí tirado, ¡haz algo!”.
Jesús sabía que la autocompasión no liberaría al hombre, así que no se preocupó por él. Le tuvo compasión, que es diferente de la lástima emocional. Jesús no estaba siendo severo, duro ni malo. ¡Estaba tratando de liberar a ese hombre!
La autocompasión es un problema grave. Lo sé, porque viví muchos años autocompadeciéndome. Me afectó a mí, a mi familia y al plan de Dios para mi vida. Finalmente, Dios me dijo que podía seguir dando lástima o ser poderosa, pero que no podía ser las dos cosas al mismo tiempo. Si quería ser poderosa, tenía que dejar la autocompasión.
El haber sido abusada sexualmente por aproximadamente quince años y haber crecido en un hogar disfuncional me hicieron una persona insegura y llena de vergüenza. Quería tener cosas buenas en mi vida, pero estaba atascada en la desesperación y el tormento emocional. Igual que al hombre de Juan 5, Jesús tampoco tuvo lástima de mí. En realidad, fue muy firme y aplicó mucho amor, pero su negativa a dejar que me regodeara en la autocompasión fue una bisagra en mi vida. Ya no he vuelto a caer en ese hoyo. Ahora, disfruto de una gran vida. Si quiere rechazar la autocompasión, busque activamente a Dios y haga lo que Él le diga, y así podrá tener usted también una vida maravillosa.
—Tomado de La Biblia de la vida diaria, de Joyce Meyer.