Cuando le preguntaron al capitán Eddie Rickenbacker qué había aprendido durante los veintiún días a la deriva en una balsa salvavidas cuando estuvo perdido junto con sus compañeros en el océano Pacífico, respondió: “La lección más grande que aprendí con esa experiencia es que si tenemos toda el agua fresca que queremos y todos los alimentos que queremos, no deberíamos quejarnos de nada”.
Aun así, muchas personas con abundancia de agua y alimentos, excelentes casas e incluso extraordinarias cuentas bancarias se quejan y nunca parecen estar satisfechas. Insólitamente, muchos de estos individuos negativos son cristianos que tienen el Espíritu Santo en su corazón, las promesas de la Biblia para descansar en su fe, la esperanza segura del cielo y la promesa de la venida del Señor para recompensar a sus hijos.Aunque Pablo nunca se contentó con sus logros espirituales, había aprendido el secreto del contentamiento en la vida diaria. Y pensando que sería provechoso para Timoteo, su hijo en la fe, le escribió: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Ti. 6:68).
El contentamiento surge de la gratitud
El contentamiento viene de ser agradecidos por lo que tenemos, en vez de desear lo que no tenemos. El Rev. Martin Blok, de Tucson, Arizona, cuenta que hace varios años viajaba por el norte de Michigan y subió en su automóvil a un hombre de cabello blanco que caminaba a lo largo de la carretera. Los dos viajeros apenas habían hablado cuando descubrieron que ambos eran predicadores. En esos días, el pastor de aquella zona norte del país estaba celebrando reuniones de evangelización en una escuela rural, donde había estado predicando durante tres semanas. La remuneración que había recibido por su labor hasta ese momento era dos dólares, pero estaba satisfecho. La noche anterior, lo único que había tenido para cenar con su familia fue pan y leche. Al principio, sus hijos se quejaron, pero él les recordó que debían ser agradecidos: “Dios sólo nos ha prometido pan y agua, y nosotros tenemos pan y leche”, les dijo.
El pastor que conducía el automóvil ese día nunca ha olvidado la lección de contentamiento dada por un anciano evangelista que tenía muy poco, pero estaba muy agradecido. Por el contrario, en esta tierra nunca ha habido una generación de cristianos que tenga tanto y agradezca tan poco como los estadounidenses de hoy día. Los ángeles que nos observan deben extrañarse de nuestra ligereza para quejarnos, en vista de las privaciones y persecuciones de creyentes de siglos pasados o de territorios comunistas. Lo que más me preocupa de esta comparación es pensar que la mayoría de los cristianos de hoy podría sucumbir ante una persecución. Si somos tan susceptibles en la abundancia, ¿cómo seríamos en la opresión? Pablo dijo que había aprendido a contentarse en todo tiempo y en toda circunstancia. ¿Cómo podía hacer eso?
Por el poder de Jesucristo. Este es el contexto del conocido versículo que dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Aunque generalmente relacionamos este victorioso pasaje con el logro de alguna tarea difícil, en realidad se refiere a estar contentos en toda situación. Los dos versículos previos lo manifiestan claramente: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad” (Fil. 4:1112). Si nos rendimos completamente a Cristo, podremos contentarnos cuando otros se quejan.
La declaración de contentamiento de Pablo no era una vanagloria hueca. Él vivía una vida de contentamiento en las circunstancias más difíciles. Cuando él y Silas estaban en la cárcel con sus pies atados en cepos, tras ser azotados, oraban y cantaban alabanzas. No es ninguna sorpresa que oraran (la mayoría de nosotros ora cuando está en problemas); pero el sonido de cánticos de alabanza no se escuchaba habitualmente a la medianoche en la prisión de Filipos. Aquellos himnos conmovieron tanto a los otros prisioneros que, cuando Dios respondió las oraciones de Pablo y Silas con un terremoto que estremeció las puertas de la cárcel, todos se quedaron para escuchar lo que estos dos siervos de Dios tenían para decirles.
Las condiciones no eran para nada ideales en aquella prisión. El futuro era incierto, y el presente era doloroso. Con sus espaladas magulladas y sangrantes debido al reciente azote y sus pies inmovilizados en cepos, cabe preguntarnos ¡cómo podían estar contentos y jubilosos! Sin duda, la respuesta es que conocían el secreto del contentamiento. Se fijaban en aquello que tenían, no en aquello de lo que carecían. Estaban vivos y eran creyentes en Cristo. Sus pecados habían sido perdonados, y si aquella había de ser su última noche, mañana sería mejor, pues estarían en el cielo. No estaban solos, pues el Señor estaba con ellos. La noche era oscura, pero Cristo era la luz que los alumbraba. Al evaluar sus posesiones, vieron que era suficiente para regocijarse y cantar alabanzas a Dios (Hch. 16:25).
Puede que tú también te encuentres en una situación angustiosa. Estás cansado de los problemas y abatido por lo que te ha sucedido últimamente. Tu dolor emocional es tan real como cualquier dolor físico que alguna vez hayas sentido. ¿Cómo puedes estar contento en esta situación? No es fácil.
A veces las cosas están tan mal, que lo único que podemos hacer es orar y esperar un terremoto. Pero mientras estamos esperando que la tierra tiemble y las puertas de nuestra prisión se abran, podemos dar gracias por las bendiciones de Dios en nuestra vida. Al hacer esto, el contentamiento comenzará a tomar el control de nuestras emociones.
- Tomado del libro Sé positivo en un mundo negativo por Roger Campbell. Publicado por Editorial Portavoz