Podemos mostrar nuestro amor por Dios con nuestra adoración pública, nuestros momentos diarios de oración y estudio de la Biblia y nuestras ofrendas a ministerios para el avance de su reino. Pero también nos llama a demostrar nuestro amor por Él con nuestro amor por el prójimo de maneras concretas: “Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 4:21). En un mundo caído, tal amor por otros no viene de forma natural. Nadie nos tiene que enseñar a querer “ser primeros”; no necesitamos instrucción para aprender a ser egoístas. Y, si no lo sabía antes de tener hijos, sin duda lo sabrá después: No hace falta que nadie les enseñe a los niños a pelear.
El amor por otros seres humanos es una dádiva de Dios, que viene principalmente de la gracia y la obra del Espíritu Santo, que cambia nuestros corazones y nos da un creciente deseo y capacidad de amar a otros (véase Fil. 2:13).
Pero Dios también ha escogido hacer partícipe a las personas, especialmente a los padres, en este proceso educacional, para que seamos ejemplo y enseñemos cómo amarnos unos a otros. Este hecho tiene un profundo efecto en cómo criamos a nuestros hijos. Pues la verdad es que, con la ayuda de Dios, debemos enseñar a nuestros hijos a respetar, convivir y, más importante, amar al prójimo.
Para que puedan vivir una vida que agrade a Dios, necesitarán educación que les enseñe cómo llevarse bien con sus hermanos y amigos. Y para esto, deben saber cómo resolver adecuadamente los conflictos incluso entre ellos. En resumen, se les debe enseñar a ser pacificadores. Y nosotros, como padres, debemos ser los maestros. Puede que nuestras iglesias y escuelas contribuyan a conseguir esta meta, pero en lo que respecta a enseñar a nuestros hijos a llevarse bien con el prójimo y resolver los conflictos entre ellos, los padres deben asumir la responsabilidad principal de ser ejemplo y enseñar cómo amarse unos a otros como Dios manda (véase 1 Jn. 3:23; Dt. 6:6-7; Ef. 6:4).
Para cumplir esta importante responsabilidad, los padres deben aprender a ver este asunto como Dios lo ve. A través de las Escrituras, Dios nos enseña que las relaciones siempre implican conflicto. También nos enseña que deberíamos estar preparados para responder a estos conflictos de diversas maneras constructivas.
Algunos conflictos requieren de una conversación amistosa, enseñanza o un debate respetuoso (véase Jn. 3:1-21; 2 Ti. 2:24-26). En otras situaciones deberíamos dejar pasar la ofensa, renunciar a nuestros derechos y hacer el bien a aquellos que nos hacen mal (véase Lc. 6:27- 28; 9:51-56; Mt. 17:24-27). A veces el amor requiere de una amable confrontación o una firme reprensión (véase Jn. 4:1-42; Mt. 23:13-29). Por encima de todo, necesitamos estar dispuestos a perdonar a otros así como, en Cristo, Dios nos perdona (véase Lc. 23:34; Ef. 4:32). Como indican estos pasajes, para llevarse bien con otras personas hace falta un corazón amoroso y una gran capacidad de resolución. En otras palabras, hace falta pacificación.
Cómo preparar a los hijos para enfrentar la vida Dado que toda la vida está compuesta de relaciones, y todas las relaciones tienden a originar conflictos, la pacificación es clave para el éxito en la vida. Esto es una realidad tanto para nuestros hijos como para nosotros. Por lo tanto, el primer requisito para enseñar a nuestros hijos a ser pacificadores es mostrarles que es necesario desarrollar destrezas de pacificación para tener éxito en la vida cristiana.
Las destrezas de pacificación son especialmente importantes para cualquier cristiano que quiere ser fiel a Cristo en nuestra cultura cada vez más impía. Considere a Daniel y Ester, que vivían en culturas completamente hostiles para con su fe. Aunque se enfrentaron a conflictos de vida o muerte, nunca comprometieron su integridad o compromiso espiritual con Dios. Ellos confiaron en Dios y practicaron algunas de las soluciones más inteligentes al conflicto que se encuentran en las Escrituras. Sorprendentemente, no solo sobrevivieron, sino que prosperaron, pues Dios bendijo sus esfuerzos y los colocó en una posición sumamente influyente de la sociedad en la cual vivían. Si nuestros hijos aprenden a desarrollar estas mismas destrezas a una edad temprana, Dios podría usarlos a ellos también en lugares de ministerio o influencia política o corporativa más allá de lo que podamos imaginar.
Los niños necesitan aprender que la pacificación es esencial para su testimonio cristiano. Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:35). Si nuestros hijos están peleados con aquellos que los rodean, sus intentos de dar testimonio serán infructuosos. Pero si aprenden a amar y a reconciliarse con aquellos que les hacen mal, es más probable que las personas les crean cuando hablen del amor y el perdón de Dios (Jn. 17:23).
La pacificación es también crucial para el éxito en la vida profesional y vocacional. He trabajado como ingeniero corporativo, abogado y ministro ejecutivo. He contratado, promovido y despedido a personas. Estas decisiones, raras veces se basaron principalmente en las destrezas técnicas de la persona. Lo que más he valorado en un empleado o gerente es la capacidad de trabajar como parte de un equipo, mantener relaciones fuertes y obtener consenso para que los dones y energía de un grupo puedan enfocarse en el proyecto en cuestión. Estas son las destrezas de un pacificador, y son las mismas destrezas que ayudarán a sus hijos a tener éxito en la vocación a la cual Dios los ha llamado. La pacificación es un ingrediente clave en un matrimonio pleno y una familia feliz (y un agente protector contra el divorcio). El matrimonio une a dos pecadores en estrecha cercanía, donde cada día sus deseos egoístas rozan uno con el otro. ¡Y la fricción se incrementa cuando Dios añade “pequeños pecadores” a la mezcla! Hay solo una manera de lidiar con esta mezcla volátil: con confesión humilde, confrontación amorosa y perdón genuino; tres herramientas básicas del pacificador bíblico.
En resumen, la pacificación prepara a los hijos para enfrentar la vida. Si usted quiere que sus hijos glorifiquen a Dios, tengan un matrimonio pleno y duradero, sean prósperos en su profesión y contribuyan a su iglesia y a la edificación del reino de Dios, ¡enséñeles a ser pacificadores!
– Del libro Paz en la familia por Ken Sande con Tom Raabe