Nuestro foco: el matrimonio
Podemos entender el divorcio como la punta de un enorme iceberg. Para empezar, por ejemplo, deberíamos siempre considerarlo como una parte de un tema más grande, que es el del matrimonio, porque sin éste, aquel no podría existir.
La dinámica de la relación entre esposos es extremadamente compleja y variada y dentro de ella, el divorcio es simplemente una pieza más del rompecabezas, aunque por supuesto, una muy importante. Sin embargo, como cristianos necesitamos reafirmar que de lo que estamos tratando es del matrimonio; el centro de nuestra discusión y de nuestro interés no es el divorcio, sino el matrimonio.
Esto debería ayudarnos, por un lado, a recordar que nuestro mayor interés en relación al divorcio es el de tratar de evitarlo y el trabajar para fortalecer el matrimonio como institución y como compromiso entre dos personas en particular. El divorcio no debiera ser contemplado como una solución a los problemas y dificultades naturales de un matrimonio, con la facilidad y rapidez con que eso se hace hoy en día.
El divorcio y los hijos
Contrariamente a lo que la sabiduría popular quiere creer, por lo general el conflicto no termina con el divorcio. De acuerdo a Pfeffer (1981: 23), hay varias formas de conflicto post divorcio:
1. Los padres pueden continuar con el mismo tipo de relación turbulenta que tenían antes del divorcio.
2. La turbulencia puede ser causada por el niño que manipula a sus padres para perpetuar el conflicto o para promover una reunión (o para generar atención en un proceso en el que no tiene protagonismo).
3. Un padre y el hijo unen sus fuerzas contra el otro padre.
4. El sistema de apoyo origina que uno de los padres quede insatisfecho con los arreglos del divorcio.
El mismo autor especifica cuatro tipos de emociones, que explican el sentimiento de carga que experimentan estos niños:
1. Un exacerbado sentido de su propia vulnerabilidad. Estos son niños que han visto su mundo derrumbarse frente a sus propios ojos y llegan a la conclusión de que si el vínculo marital que unía a sus padres puede romperse, así también puede romperse el vínculo que los une a ellos con sus padres. Ninguna reafirmación verbal de que su padre o su madre nunca los dejará como lo están haciendo el uno al otro por medio del divorcio despejará este temor.
2. Un sentimiento de pérdida. Los niños pequeños son afectados por la pérdida de uno de sus padres; los adolescentes y los niños mayores, parecen ser más afectados por al pérdida de la familia como estructura, con todo lo que ella proveía en términos de seguridad y lazos sociales.
3. Un sentido de rechazo. Los niños rápidamente se dan cuenta del ensimismamiento de los padres en sus propios problemas y esto es un primer nivel de rechazo. La salida del hogar de uno de los padres es un segundo nivel de rechazo que tienen que afrontar, ya que esa salida es tomada como una falta de interés en el niño. En el caso de niños pequeños, ellos son totalmente incapaces de entender la salida de un padre como algo diferente a que los están dejando solos a ellos. No pueden diferenciar el abandono de la pareja del abandono a ellos. Esta parece ser la fuente de la agresividad que estos niños desarrollan. Ellos se pueden dar cuenta de que sus padres han actuado de forma egoísta, teniendo en cuenta sus propios intereses y entonces –sintiéndose rechazados y traicionados—estos niños responden con agresión.
4. Un sentimiento de culpa. Esto es especialmente cierto en los muy jóvenes. Parecen ser incapaces de desconectar la salida del padre con otras ocasiones previas en las que ese padre ha mostrado disgusto por el mal comportamiento del niño. La distancia de los padres durante este tiempo y la frecuente irritabilidad que muestran debida a la tensión causada por el conflicto, parecen confirmarle al niño que, después de todo, él
tiene la culpa de todo lo que está pasando. Este sentimiento de culpa está marcadamente ausente en los adolescentes, los cuales –por el contrario—tienden a reaccionar fuertemente ante cualquier insinuación de que ellos tengan algo que ver con todo eso.
Por último, en referencia a la tormenta emocional que los hijos de parejas divorciadas tienen que enfrentar y a la ansiedad e ira con la que reaccionan, hay que tener en cuenta una advertencia acerca de un tema muy importante y lamentablemente frecuente que debe ser evitado a toda costa: Los problemas también se agravan cuando los niños se convierten en armas involuntarias usadas por un cónyuge para atacar y manipular al otro o cuando los niños se convierten en prisioneros de guerra, atraídos de un campo al otro para ser sometidos a lavados cerebrales. En un principio, estos niños lucen heridos y confundidos. Más tarde, demuestran ira, en especial con aquel padre que haya sido el mayor manipulador. (Collins 1988: 462)
Este problema del uso de los hijos como armas se ve con mayor frecuencia en los casos en que el conflicto se desborda, incluyendo batallas legales por la custodia. En esos casos, los niños son siempre los perdedores ya que aun después de que se ha llegado a un acuerdo legal, se ve que los niños son utilizados para obtener información acerca del padre no-custodio cuando él o ella los visita, o son convertidos en portadores de mensajes desagradables. Lo que ocurre normalmente es que en un principio el niño se puede aliar con el padre custodio quejoso y desarrollar un rechazo hacia el otro padre, quien es vilipendiado. Esto agrava y perturba el proceso de despegamiento de ese padre que el niño tiene que pasar. Sin embargo, más tarde en su vida, a medida que el niño crece y puede darse cuenta de que la vida no es tan concreta como él creía o como se le hizo creer, esta tendencia inicial cambia y reacciona con ira contra el padre custodio, quien
envenenó y amargó su relación con el padre no-custodio. Lo que esto nos demuestra es que los niños deben ser tenidos a distancia del resentimiento que se ha generado entre los padres y sus memorias de su vida pasada, cuando todavía eran una familia (memorias que pueden estar frecuentemente idealizadas) no les deben ser robadas por una padre o una madre resentidos.
Las preguntas que no sólo podemos sino que debemos hacernos son:
· ¿Podemos hacer algo para fortalecer los matrimonios y reducir así la incidencia del divorcio y la separación en nuestra sociedad?
· La segunda pregunta es: ¿Podemos hacer algo para minimizar los efectos del divorcio y de la separación en los hijos de las parejas que recurren a estas soluciones a sus conflictos? ¿Tiene la iglesia cristiana la posibilidad de realizar algún trabajo preventivo en esta área?
En la próxima entrega estaremos respondiendo a estas preguntas.
http://recursosteologicos.org/Documents/Hijos_del_divorcio.pdf