La historia y la literatura indican que es tan antigua como el hombre. El libro de Job, que es el más antiguo libro conocido, nos presenta un notable personaje, afectado de un grave estado depresivo, y que exclama: "Así he recibido meses de calamidad, y noches de trabajo me dieron por cuenta. Cuando estoy acostado, digo: ¿Cuándo me levantaré? Mas la noche es larga, y estoy lleno de inquietudes hasta el alba. Mi carne está vestida de gusanos, y de costras de polvo; mi piel, hendida y abominable. Y mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza. Acuérdate que mi vida es un soplo, y que mis ojos no volverán a ver el bien. Los ojos de los que me ven, no me verán más; fijarás en mí tus ojos, y dejaré de ser. Como la nube se desvanece y se va, así el que desciende al Seol no subirá; no volverá a ver su casa, ni su lugar le conocerá más. Por tanto, no refrenaré mi boca; hablaré en la angustia de mi espíritu, y me quejaré con la amargura de mi alma" (Job 7:3-11). Después de leer lo que le ocurrió a Job (pérdida de su familia y de su fortuna, y afectado de una sarna maligna que cubría todo su cuerpo) ¿quién se atreve a decir que no habría reaccionado de la misma manera en circunstancias similares?
El primer escritor de quien se sabe que describió en forma categórica la depresión fue Hipócrates, el médico y filósofo griego. En su ingeniosa clasificación de los cuatro temperamentos, denominó a uno de ellos como "melancolía", sugiriendo la errónea explicación de que era provocado por una corriente sanguínea negra y viscosa. Areteo, notable médico griego del siglo II, describió a los deprimidos como "tristes" y "desanimados". Los enfermos, según él, adelgazaban, se mostraban perturbados y sufrían de insomnio. Si las condiciones persistían, se quejaban de "mil futilidades" y expresaban deseos de morir.
No es aventurado decir que todos, en algún momento u otro de la vida, atraviesan por un período depresivo. Por supuesto que no todos son casos tan desesperados que los induzcan al suicidio, pero no hay nadie que escape a la regla general de que todos, en alguna oportunidad, han experimentado en mayor o menos grado un ataque depresivo.
La mayoría de las personas que son desdichadas o se sienten deprimidas no están conscientes del hecho de que su desdicha emana del vacío de Dios que albergan en su interior. Esta deficiencia espiritual o ausencia de Dios, las hace vulnerables a una diversidad de dolencias y perturbaciones mentales, emocionales y físicas.
Jesucristo es el extraordinario remedio para llenar el vacío de Dios en todo ser humano. Fue Cristo mismo quien dijo: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10). La vida abundante que él ofrece no sólo llena el vacío de Dios que hay en el espíritu de una persona, sino que le da el poder para eliminar la depresión y otros problemas emocionales.
El siguiente video contiene un precioso mensaje sobre la depresión, escrito por Facundo Cabral.
Cómo vencer la depresión, Tim LaHaye