Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres; la gracia se derramó sobre tus labios, porque el Señor te ha bendecido para siempre. Cíñete, guerrero, la espada a la cintura; con gloria y majestad, avanza triunfalmente; cabalga en defensa de la verdad y de los pobres. Tu mano hace justicia y tu derecha, proezas; tus flechas con punzantes, se te rinden los pueblos y caen desfallecidos los rivales del rey. Tu trono, como el de Dios, permanece para siempre; el cetro de tu realeza es un cetro justiciero: tú amas la justicia y odias la iniquidad. Por eso el Señor, tu Dios, prefiriéndote a tus iguales, te consagró con el óleo de la alegría: tus vestiduras exhalan perfume de mirra, áloe y acacia.
Las arpas te alegran desde los palacios de marfil; una hija de reyes está de pie a tu derecha: es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir. ¡Escucha, hija mía, mira y presta atención! Olvida tu pueblo y tu casa paterna, y el rey se prendará de tu hermosura. El es tu señor: inclínate ante él; la ciudad de Tiro vendrá con regalos y los grandes del pueblo buscarán tu favor. Embellecida con corales engarzados en oro y vestida de brocado, es llevada hasta el rey. Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían, con gozo y alegría entran al palacio real. Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres, y los pondrás como príncipes por toda la tierra. Yo haré célebre tu nombre por todas las generaciones; por eso, los pueblos te alabarán eternamente. Salmo 45
Aquí se describen la gloria y la unión de Cristo y la Iglesia. Se le aclama como rey dotado de todas las gracias esenciales, como conquistador exaltado sobre un trono de gobierno justo y eterno, y como novio de esplendor nupcial. La Iglesia está representada en la pureza y la hermosura de una novia regiamente adornada y acompañada, invitada a abandonar su hogar y a compartir los honores de su novio y señor.