Hay un vacío en el corazón de todo ser humano que tiene la forma de Dios y que no puede ser llenado por ninguna cosa creada, sino únicamente por Dios, el Creador, que se dio a conocer a través de Jesucristo. Blaise Pascal, 1623-1662
Para llenar el vacío de Dios en la vida y nacer espiritualmente de nuevo, es imprescindible comprender cuatro cosas:
1. Nuestra terquedad, nuestra rebelión y nuestro pecado nos han separado de Dios, creando ese espacio vacío de Dios dentro de nosotros. Solamente nosotros y Dios conocemos la magnitud de nuestros pecados. Puede ser enorme o puede ser moderado; no hace al caso. Nuestros pecados nos han separado de Dios. Nunca jamás gustaremos de una paz y felicidad duraderas, mientras nuestros pecados no hayan sido perdonados.
2. Jesucristo murió en la cruz para que se nos perdonen nuestros pecados pasados. En los arcanos de Dios "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). Sin embargo, no es menester que muramos nosotros por nuestros pecados, pues eso ya lo hizo Cristo.
3. Jesucristo resucitó para ser guiados y vigorizados para vivir la nueva y eterna vida. "...la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro". La cristiandad en su integridad está edificada sobre el verdadero fundamento de que Jesucristo resucitó de entre los muertos. Su resurrección personal tres días después de su crucifixión constituye la piedra angular de la verdad cristiana. Y no sólo resucitó para darnos vida eterna en el cielo, sino para garantizarnos una vida abundante aquí y ahora. Y es justamente esta vida la que nos capacitará para vencer nuestras debilidades.
4. Debemos recibirlo personalmente como Señor y Salvador, invitándolo a entrar en nuestra vida. Desde el momento en que la voluntaad nos separó de Dios, aumentando el vacío de Dios en nuestr o interior, es indispensable que depositemos en Cristo la fuerza que controla nuestras vidas. Y esto se hace por medio de una invitación personal. El aceptarlo como Salvador y Señor da lugar a un cambio de papeles. Cuando lo hacemos, el dueño y amo de nuestra vida, el "ego" se convierte en su siervo. Es cierto es que aún tendremos que tomar decisiones en nuestra vida, pero tales decisiones pasarán por el tamiz de Cristo. De una manera práctica, ya no será más "qué haré sobre tal o cual asunto", sino "Señor Jesús, ¿qué quieres que haga al respecto?"
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