La búsqueda de la “tranquilidad” ha comenzado, ¡y de qué manera! Los seres humanos de las sociedades más desarrolladas consumen toneladas de tranquilizantes para lograr la paz del espíritu. No sólo recurren a las drogas, sino también a los libros que sirven de sedantes. Algunos de éstos se han convertido en “best-sellers” de la noche a la mañana, y han alcanzado una tirada de cientos de miles de ejemplares en una sola edición. Sus lectores son estimulados con urgencia a “lavarse el cerebro” y así comenzar el nuevo día diciendo: “¡Qué mañana tan estupenda hace! ¡qué esposa (o esposo) tan maravillosa tengo! ¡qué hijos tan encantadores! ¡qué desayuno tan saludable y delicioso me aguarda! ¡qué jefe tan simpático tengo en el trabajo! Pero tales “tranquilizantes de paz” (“peacefulizers”) pueden hacer más mal que bien. Contra ellos se alzan las siguientes objeciones:
Primera: Siempre que el consuelo prestado no se ajuste a la realidad, la paz mental que éste proporcione no tendrá efectos duraderos.
Segunda: Lo más difícil de quebrantar de todo es el pecado, y no hay estímulo mental o “pensamiento positivo” que pueda eliminarlo.
Tercera: La única paz que merece tal nombre es la paz con Dios y esta paz no puede ser autofabricada.
Cuarta: Esta confianza en los tranquilizantes, sean libros o píldoras, puede proceder de la falsa suposición de que el desasosiego espiritual o la lucha interior es un mal en sí mismo.