La maternidad me sorprendió en mi temprana juventud. Ya a mis 23 años, y justo el día de la víspera del primer aniversario de mi boda, nació mi primera hija. Tenerla en mis brazos cambió mi vida. Cuánta felicidad me daba mirarla, acunarla, verla crecer. Esta misma bendición la viví en dos ocasiones más, cuando nacieron mis dos hijos varones. La aventura había comenzado.
Nadie te enseña a ser madre?
Criar a tres niños a la vez puede resultar maravilloso... aunque tiene partes poco felices. Planeas tu día, tus actividades y mientras avanza la hora, te das cuenta que en tu organigrama ya no son tu esposo y tú, sino que tus hijos vienen a cambiar la agenda muy a menudo. No es que me queje, lo recuerdo con una gran sonrisa, pero cuando lo vivía, había veces que las frustraciones me llevaban a exclamar... "¡nadie te enseña a ser madre!". Sabía que esta afirmación no era correcta, todas contamos con un modelo de madre que tenemos de nuestra propia madre, o que fuimos incorporando de otras madres a lo largo de la vida. Sin embargo, ese bagaje de conocimiento interno, no siempre es el apropiado o no es sano como para imitarlo.
Pero mi Dios, a quien fui conociendo mientras mis hijos crecían, me fue dando paso a paso la gracia para seguir adelante. Cuando mi hija siendo bebé se enfermó de muerte, Dios estuvo ahí para ayudarla. Fue cuando lo empecé a conocer mejor y le dije "hoy me aferro a ti". A través del libro de los salmos me fue consolando y manteniendo la fe para pasar esos días difíciles. También por medio de sus hijos que se acercaron a orar por nosotros. Cuando mi segundo hijo enfermó de peritonitis, y los médicos no daban con su diagnóstico, Dios estuvo cuidándolo y salvándolo de la muerte. Cuando mi tercer hijo estaba aún en mi vientre, y el embarazo era muy complicado, Dios estuvo ahí cuidando al bebé y cuidándome a mi, enviando personas para que me ayudaran a diario con los otros niños y los quehaceres, tanto que mi casa nunca estuvo tan impecable como entonces.