¿Has visto alguna vez los campos sembrados? Hileras incontables con plantas surgiendo del suelo, todas similares en tamaño y color. Cuando ya alcanzan su madurez, las ves con sus frutos listos para ser cosechados. En forma evidente, hubo allí una mano maestra.
El trabajo del agricultor tiene sus secretos. Primeramente discrimina entre un suelo y otro. El suelo liviano y arenoso requiere sólo un arado suave y de corta duración. La arcilla dura requiere un tratamiento totalmente diferente para producir una cosecha. Debe dejársela desnuda al sol y drenarla. El arado debe hundirse tan profundamente como se pueda en el subsuelo. El suelo debe ser rastrillado hasta que se rompan los terrones y haya una fina capa labrada donde la semilla germine y crezca. El granjero entendido discierne sobre la duración de su arado. Trata cada suelo de acuerdo con su necesidad. ¿No es esta la explicación de la diferente incidencia del sufrimiento, la angustia y las pruebas? Se puede confiar en el "Agricultor celestial", en la adaptación, en los tiempos y en la duración de las disciplinas que permite Su amor. Estamos a salvo en Sus manos.
La disciplina es siempre preparatoria de la bendición y no puede traer otra cosa que bendiciones cuando se la recibe adecuadamente. Es aquí donde reside nuestra responsabilidad. La comida no digerida es veneno, no una bendición. Las disciplinas que no se reciben correctamente, amargan en lugar de endulzar el carácter. Él no desgarra el corazón nada más para demostrar su poder y soberanía, sino para prepararnos para ser más fructíferos. Poda cada rama que no da frutos para aumentar su rendimiento. La disciplina tiene un propósito. ¿Cómo reaccionamos al arado de Dios? ¿Nos suaviza, nos oprime, nos castiga? ¿O endurece y vigoriza nuestra resistencia a Su voluntad? ¿Nos endulza o nos amarga?
Nuestra reacción ante los problemas familiares y las dificultades financieras, ante el sufrimiento y la desilusión, ante las ambiciones frustradas y ante las expectativas coartadas es sumamente importante. Si nos entregamos, sintiendo que la resistencia no es beneficiosa, eso es mejor que seguir siendo rebeldes. Si nos conformamos, aun sin gozo, con el trato de Dios, estaremos en un terreno más elevado. Pero cuando abrazamos las providencias sin explicación de Dios con una canción que le glorifique, somos más bendecidos.
Madame Guyon, una mujer francesa muy culta, fue encarcelada por su fe desde 1695 hasta 1705. En lugar de apenarse por su suerte, gozosamente aceptó la voluntad de Dios como su verdugo. "Mientras era prisionera en Vincennes -escribió-, pasé mi tiempo en gran paz. Canté canciones de gozo y la persona que me servía las aprendió de memoria tan pronto como las componía. Juntas cantábamos tus alabanzas, Ah, mi Dios. Las piedras de los muros de mi prisión brillaban como rubíes ante mis ojos. Mi corazón estaba lleno de ese gozo que Tú les das a los que te claman en medio de sus mayores cruces". Fue allí donde ella escribió uno de sus himnos preferidos.
Soy un pajarito
Encerrado de los campos del aire
Sin embargo, en mi jaula me siento y canto
A Él quien me ubicó allí,
Una complacida prisionera quiero ser
Porque, mi Dios, te complace.
No tengo otra cosa que hacer,
Canto todo el día.
Y Él, a quien más amo complacer,
Escucha mi canción.
Él atrapó y ató mi ala vagabunda,
Pero aún se inclina para oírme cantar.
Mi jaula me confina,
No puedo volar afuera
Pero si bien mi ala está muy atada,
Mi corazón está en libertad.
Las paredes de mi prisión no pueden controlar
El vuelo, la libertad del alma.
Ah, es bueno remontar
Estos pernos y estas barras
A Él cuyo propósito adoro,
Cuya providencia amo,
Y en su poderosa voluntad encuentro
El gozo, la libertad de la mente.
- Madame Guyon
www.hacedoras.blogspot.com Bibliogr: Madurez Espiritual - Oswald Sanders