Como ya hemos visto, el divorcio no es solamente difícil sino doloroso para todos aquellos que están involucrados en él. Además, es evidente que puede ser potencialmente muy dañino para los niños, dependiendo de varios factores diferentes. Las preguntas que no sólo podemos sino que debemos hacernos son:
· ¿Podemos hacer algo para fortalecer los matrimonios y reducir así la incidencia del divorcio y la separación en nuestra sociedad?
· La segunda pregunta es: ¿Podemos hacer algo para minimizar los efectos del divorcio y de la separación en los hijos de las parejas que recurren a estas soluciones a sus conflictos? ¿Tiene la iglesia cristiana la posibilidad de realizar algún trabajo preventivo en esta área?
La iglesia puede y debe involucrarse efectiva e intensamente en este trabajo. En esos momentos en que la pareja se retrae y es presa del ensimismamiento y la depresión y ambos cónyuges “…construyen barreras protectoras alrededor de ellos…”, en momentos en que “Un par de brazos abiertos y receptivos son una imagen bienvenida…”, Adams dice que “El rol de la acción pastoral se ve claramente aquí. Los pastores tienen la obligación de recordarles a los individuos del amor de Dios y del Hijo, Jesucristo…”. Aun más, aunque la visión de Adams de una congregación que acoja tanto a la pareja que se separa como a los hijos dolidos en una manera amorosa y de apoyo no es una realidad todavía, por lo menos es válida como una visión y un llamado para la iglesia. Para empezar, aunque se ha dicho que el divorcio es una realidad que tiene que ser aceptada como inevitable, también debe ser dicho que no siempre es cierto que no hay otras alternativas. Hay parejas que habrían trabajado sus diferencias y dificultades si es que hubieran tenido ayuda y apoyo para ello, pero que nunca encontraron ese apoyo hasta que fue demasiado tarde. Propongo que en una sociedad que está perdiendo rápidamente lo que le queda de modelos y de valores morales, la iglesia tiene un amplio terreno para ejercer un ministerio pastoral de modelaje de relaciones de pareja y de fortalecimiento y enriquecimiento de la relación matrimonial de una manera que permita a esas parejas que luchan por evitar el deterioro y la desintegración de su matrimonio, obtener algunas de la herramientas necesarias para hacer que su relación crezca y para darles el espacio necesario para buscar y encontrar ayuda si quieren salvar esa relación.
La iglesia necesita ser sacada de su letargo, de su tendencia a buscar realidades en el más allá exclusivamente y de la esquizofrenia en la que ha caído en nuestro medio, donde ahora ser cristiano se ha reducido a la asistencia y participación en una serie de rituales de alto contenido emocional…y poco o nada más. ¿Por qué es que hoy a los evangélicos no nos avergüenza el fracaso de nuestros matrimonios? ¿Por qué nos es tan fácil desechar las enseñanzas de Jesucristo acerca de la fidelidad y del divorcio como si esas enseñanzas fueran basura? ¿Quién nos ha dado el derecho de relativizar y minimizar la Palabra de Dios en cuanto a lo especial, permanente, único y hasta sagrado que tiene el matrimonio?
Tenemos la obligación de traer al pueblo de Dios a un nuevo entendimiento de las demandas de la Palabra con respecto a la relación matrimonial y a la responsabilidad sacerdotal del padre con relación a los hijos, la cual no se cumple cuando nos desaparecemos para “rehacer” nuestra vida y mandamos un cheque a fin de mes.
· ¿Podemos hacer algo para fortalecer los matrimonios y reducir así la incidencia del divorcio y la separación en nuestra sociedad?
· La segunda pregunta es: ¿Podemos hacer algo para minimizar los efectos del divorcio y de la separación en los hijos de las parejas que recurren a estas soluciones a sus conflictos? ¿Tiene la iglesia cristiana la posibilidad de realizar algún trabajo preventivo en esta área?
La iglesia puede y debe involucrarse efectiva e intensamente en este trabajo. En esos momentos en que la pareja se retrae y es presa del ensimismamiento y la depresión y ambos cónyuges “…construyen barreras protectoras alrededor de ellos…”, en momentos en que “Un par de brazos abiertos y receptivos son una imagen bienvenida…”, Adams dice que “El rol de la acción pastoral se ve claramente aquí. Los pastores tienen la obligación de recordarles a los individuos del amor de Dios y del Hijo, Jesucristo…”. Aun más, aunque la visión de Adams de una congregación que acoja tanto a la pareja que se separa como a los hijos dolidos en una manera amorosa y de apoyo no es una realidad todavía, por lo menos es válida como una visión y un llamado para la iglesia. Para empezar, aunque se ha dicho que el divorcio es una realidad que tiene que ser aceptada como inevitable, también debe ser dicho que no siempre es cierto que no hay otras alternativas. Hay parejas que habrían trabajado sus diferencias y dificultades si es que hubieran tenido ayuda y apoyo para ello, pero que nunca encontraron ese apoyo hasta que fue demasiado tarde. Propongo que en una sociedad que está perdiendo rápidamente lo que le queda de modelos y de valores morales, la iglesia tiene un amplio terreno para ejercer un ministerio pastoral de modelaje de relaciones de pareja y de fortalecimiento y enriquecimiento de la relación matrimonial de una manera que permita a esas parejas que luchan por evitar el deterioro y la desintegración de su matrimonio, obtener algunas de la herramientas necesarias para hacer que su relación crezca y para darles el espacio necesario para buscar y encontrar ayuda si quieren salvar esa relación.
La iglesia necesita ser sacada de su letargo, de su tendencia a buscar realidades en el más allá exclusivamente y de la esquizofrenia en la que ha caído en nuestro medio, donde ahora ser cristiano se ha reducido a la asistencia y participación en una serie de rituales de alto contenido emocional…y poco o nada más. ¿Por qué es que hoy a los evangélicos no nos avergüenza el fracaso de nuestros matrimonios? ¿Por qué nos es tan fácil desechar las enseñanzas de Jesucristo acerca de la fidelidad y del divorcio como si esas enseñanzas fueran basura? ¿Quién nos ha dado el derecho de relativizar y minimizar la Palabra de Dios en cuanto a lo especial, permanente, único y hasta sagrado que tiene el matrimonio?
Tenemos la obligación de traer al pueblo de Dios a un nuevo entendimiento de las demandas de la Palabra con respecto a la relación matrimonial y a la responsabilidad sacerdotal del padre con relación a los hijos, la cual no se cumple cuando nos desaparecemos para “rehacer” nuestra vida y mandamos un cheque a fin de mes.